GEORGE BORROW EN TOLEDO
George Borrow (1803-1881), teólogo, filólogo y escritor
inglés, empujado por la necesidad y las ganas de viajar a tierras extranjeras,
aceptó el encargo de la Bible Society de Londres, para distribuir ejemplares
del Nuevo Testamento por España. Lo hizo en entre 1835 y 1840.
Sobre su estancia en Toledo escribió:
“Durante mi estancia en Toledo me alojé en la Posada de los
Caballeros, nombre muy merecido en cierto modo, porque existen muchos palacios
menos suntuosos que esa posada.
Al hablar así, no vaya a suponerse que me refiero al lujo
del mobiliario o a la exquisitez y excelencia de su cocina. Las habitaciones estaban
tan mal provistas como las de todas las posadas españolas en general, y la
comida, aunque buena en su género, era vulgar y casera; pero he visto pocos
edificios tan imponentes. Era de inmenso grandor, compuesto de varios pisos, de
traza algo semejante a la de las casas moras, con un patio cuadrangular en el
centro y un aljibe inmenso debajo, para recoger el agua llovida.
Todas las casas de Toledo tienen aljibes parecidos, adonde,
en la estación lluviosa, van a parar las aguas de los tejados por unas canales.
Ésta es la única agua que se emplea para beber; la del Tajo, considerada como insalubre,
sólo se usa para la limpieza, y la suben por las empinadas y angostas calles en
cántaros de barro a lomo de unos pollinos.
Como la ciudad está en una montaña de granito, no tienen
fuentes. En cuanto al agua llovida, después de sedimentarse en los aljibes, es
muy gustosa y potable; los aljibes se limpian dos veces al año. Durante el
verano, muy riguroso en esta parte de España, las familias pasan casi todo el
día en los patios cubiertos con un toldo de lienzo; el calor de la atmósfera se
templa por la frialdad que sube de los aljibes, que responden al mismo
propósito que las fuentes en las provincias meridionales de España.
Estuve próximamente una semana en Toledo; en ese tiempo se vendieron
algunos ejemplares del Testamento en la tienda de mí amigo el librero. Algunos
curas tomaron el libro del mostrador donde se encontraba y lo examinaron, pero
sin decir nada; ninguno lo compró. Mi amigo me enseñó su casa; casi todas las
habitaciones estaban forradas de libros desde el suelo hasta el techo, y muchos
de ellos eran de gran valor. Díjome que su colección de libros antiguos de
literatura española era la mejor del reino. Estaba, empero, menos orgulloso de
su librería que de su caballeriza; y como advirtiera que yo entendía algo de
caballos, su estimación y su respeto hacia mí crecieron por modo considerable”.
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