20 de junio de 2023

GEORGE BORROW EN TOLEDO

 

George Borrow (1803-1881), teólogo, filólogo y escritor inglés, empujado por la necesidad y las ganas de viajar a tierras extranjeras, aceptó el encargo de la Bible Society de Londres, para distribuir ejemplares del Nuevo Testamento por España. Lo hizo en entre 1835 y 1840.

Sobre su estancia en Toledo escribió:

“Durante mi estancia en Toledo me alojé en la Posada de los Caballeros, nombre muy merecido en cierto modo, porque existen muchos palacios menos suntuosos que esa posada.

Al hablar así, no vaya a suponerse que me refiero al lujo del mobiliario o a la exquisitez y excelencia de su cocina. Las habitaciones estaban tan mal provistas como las de todas las posadas españolas en general, y la comida, aunque buena en su género, era vulgar y casera; pero he visto pocos edificios tan imponentes. Era de inmenso grandor, compuesto de varios pisos, de traza algo semejante a la de las casas moras, con un patio cuadrangular en el centro y un aljibe inmenso debajo, para recoger el agua llovida.

Todas las casas de Toledo tienen aljibes parecidos, adonde, en la estación lluviosa, van a parar las aguas de los tejados por unas canales. Ésta es la única agua que se emplea para beber; la del Tajo, considerada como insalubre, sólo se usa para la limpieza, y la suben por las empinadas y angostas calles en cántaros de barro a lomo de unos pollinos.

Como la ciudad está en una montaña de granito, no tienen fuentes. En cuanto al agua llovida, después de sedimentarse en los aljibes, es muy gustosa y potable; los aljibes se limpian dos veces al año. Durante el verano, muy riguroso en esta parte de España, las familias pasan casi todo el día en los patios cubiertos con un toldo de lienzo; el calor de la atmósfera se templa por la frialdad que sube de los aljibes, que responden al mismo propósito que las fuentes en las provincias meridionales de España.

Estuve próximamente una semana en Toledo; en ese tiempo se vendieron algunos ejemplares del Testamento en la tienda de mí amigo el librero. Algunos curas tomaron el libro del mostrador donde se encontraba y lo examinaron, pero sin decir nada; ninguno lo compró. Mi amigo me enseñó su casa; casi todas las habitaciones estaban forradas de libros desde el suelo hasta el techo, y muchos de ellos eran de gran valor. Díjome que su colección de libros antiguos de literatura española era la mejor del reino. Estaba, empero, menos orgulloso de su librería que de su caballeriza; y como advirtiera que yo entendía algo de caballos, su estimación y su respeto hacia mí crecieron por modo considerable”.

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