RICHARD FORD Y LA BOTA DE VINO
Richard Ford
(1785-1858) fue un hombre de gran cultura. Viajero incansable, recorrió España
durante varios años, tomando apuntes y notas sobre usos y costumbres de la
época, que se convirtió en el libro “Cosas de España”. Fue el primer
hispanófilo extranjero.
Sobre la bota de
vino escribió:
Tiene
forma de una gran pera o de bolsa de perdigones, y su cabida varía entre media
arroba y cinco cuartillos. La parte del cuello va provista de una especie de
taza de madera, por donde se bebe.
La manera de usarla es la siguiente: Se coge el cuello con la mano izquierda y se coloca la taza junto a los labios; después se va subiendo con la mano diestra, poco a poco, el extremo más ancho de la bolsa, hasta que el líquido, obedeciendo a leyes hidrostáticas, sube de nivel y llena la taza, en la que se bebe sin molestia alguna. La gravedad con que esto se hace, la larga, pausada, sostenida y sanchopancesca devoción de los valientes españoles cuando se les ofrece un trago de una bota ajena, son verdaderamente edificantes y tan profundos como el suspiro de satisfacción con que, después de haber trasegado vino hasta no poder más, se devuelven el precioso pellejo.
No vierten ni una gota del divino líquido, como no sea algún chapucero o novato que, levantándola antes de tiempo, se moje toda la cara. El agujero de la taza se estrecha con una espita de madera, perforada a su vez, y que se tapa con una pequeña estaquilla. Los que no quieren tomar un trago muy grande no quitan la espita, sino solamente el tapón pequeño, y entonces sale el vino en un chorrito delgado. Los catalanes y aragoneses casi siempre beben de este modo; nunca tocan el vaso con los labios, sino que lo mantienen a cierta distancia y dirigen el chorro a la boca o más bien a la mandíbula de abajo. Para los que no tienen práctica es mucho más fácil verterse directamente a la garganta que a la boca. Ellos lo hacen a la perfección, pues las botellas para, beber están hechas también con un pitorro largo y se llaman porrones.
La bota no debe confundirse con la borracha o cuero, el pellejo de vino, que es entero y hace las veces de barril. La bota es el recipiente al por menor; el pellejo es el de al por mayor. Es la típica piel de cerdo, cuya adoración en la Península sólo es comparable a la que se siente por el cigarro, por el duro y, a veces, hasta con el culto a la Virgen.
En la mayor parte de las ciudades de España hay tiendas de boteros, en las cuales se pueden ver las sopladas pieles del sucio animal alineadas como los carneros en nuestras carnicerías. Al curtirlas y trabajarlas se les conserva la forma del cerdo, con patas y todo, excepto una: la piel va vuelta del revés para que la parte del pelo quede por dentro, y, además, esta parte es embreada cuidadosamente, como el casco de un barco, con objeto de que no se rezume; de aquí cierto sabor peculiar a cuero y resina, que se llama la borracha, muy característico de los vinos españoles, excepción hecha del jerez, que, como se hace generalmente por extranjeros, se conserva en toneles, según demostraremos al ocuparnos de los vinos.
A un hombre ebrio, cosa mucho más rara en España que en Inglaterra, se le llama borracho, término muy poco lisonjero. Estos cueros, llenos, se cuelgan en las ventas y demás sitios de su culto, y se economizan la bodega, los toneles y el embotellado: tales fueron los panzudos monstruos a que Don Quijote atacara.
La bota está siempre cerca de la boca del español que puede procurársela; todas las clases sociales se hallan siempre dispuestas, al igual de Sancho, a dar «mil besos», no sólo a la propia, sino a la del vecino, que suele ser más codiciada que la mujer; por lo tanto, ningún viajero precavido viajará un paso por España sin llevar la suya, y cuando la tenga no la guardará vacía, sobre todo si tropieza con un buen vino.
Cualquier individuo que os acompañe en España sabrá instintivamente dónde puede encontrarse buen vino, pues éste no necesita ramo, heraldo ni pregonero.
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