MARCO POLO Y LA SECTA DE LOS ASSASSIN
En el libro “Los viajes de Marco Polo”, también conocido como “El libro de las maravillas” o “El libro del millón”, Marco Polo (1254-1324) relata (en cuatro libros) sus viajes. El libro se lo dictó a un amanuense, Rustichello de Pisa, mientras estuvo preso en Génova de 1298 a 1299.
En una de sus páginas Marco Polo narra la historia de la secta de los Assissin. El relato es el siguiente:
“Mulecto es una comarca donde, según cuentan, antiguamente vivía un príncipe muy malvado que se llamaba el Viejo de la Montaña. En ese país vivían unos herejes según la ley sarracena… Ahora os contaré toda su historia según lo que yo, Micer Marco Polo, he oído contar a muchos hombres.
El Viejo maquinaba una maldad inaudita, como convertir a sus hombres en audaces matadores o espadachines de esos que comúnmente se llaman asesinos, mediantes cuyo valor pudiera él matar a quien quisiera y ser temido por todos.
Habitaba en un valle muy noble, entre dos altísimas montañas: allí había mandado hacer el jardín más vasto y soberbio que jamás se vio. Tenía abundancia de todas las buenas plantas, flores y frutos del mundo, y de todos los árboles que pudo encontrar. Mandó hacer las casas más bellas y los más hermosos palacios que jamás se vieron, porque eran todos dorados y estaban decorados con todas las cosas más bellas del mundo, y las tapicerías eran todas de seda. Había mandado hacer muchas fuentes encantadoras, que estaban en las distintas fachadas de los palacios, y, dentro, todas tenían pequeñas cañerías por donde corría vino en unas, leche en otras, en otras miel, y en otras agua clara.
Allí vivían las damas y doncellas más hermosas del mundo, que sabían tocar muy bien todos los instrumentos, cantar melodiosamente, bailar, y sobre todo, estaban instruidas en hacer a los hombres todas las caricias y confianzas imaginables. Había multitud de ropas de cama y de provisiones, y de cualquier otra cosa deseable.
No podía hablarse de ninguna cosa vil, y no estaba permitido pasar el tiempo en otra cosa que no fueran juegos, amores y retozos. Así, aquellas doncellas magníficamente adornadas de seda y de oro iban a retozar a cualquier hora por los jardines y palacios; porque las mujeres que los servían quedaban encerradas y nunca era vistas al aire libre.
El Viejo hacía creer a sus hombres que aquel era el jardín era el Paraíso prometido por Mahoma y les daba a entender que él era un profeta y que podía hacer entrar en el Paraíso a quien quisiera.
Y en este jardín no entraba ningún hombre, salvo aquellos de mala vida a quienes quería convertir en sus asesinos. En el umbral del valle, y a la entrada de aquel jardín, había un castillo tan fuerte y tan infranqueable, que no temía a nadie del mundo, se podía entrar en él por un camino secreto, y estaba guardado muy fervientemente, por otros lugares no se podía entrar en e jardín, solo por allí.
El Viejo tenía a su lado, en la corte, a todos los hijos de los habitantes de aquellas montañas, entre los doce y los veinte años, al menos aquellos que pretendían ser hombres de armas, y ser valientes y bravos, y que sabían de oídas que, según su profeta Mahoma, el Paraíso estaba construido de la manera que os he contado; los sarracenos lo creían.
A veces el Viejo, cuando deseaba suprimir a un señor que le hacía la guerra o que era su enemigo, mandaba meter a algunos de esos jóvenes en aquel Paraíso de cuatro en cuatro, de diez en diez o de veinte en veinte, exactamente como quería. Porque ordenaba que le dieran un brebaje a beber, que tenía por efecto dejarlos dormidos inmediatamente. Entonces dormían tres días y tres noches, y, durante su sueño los hacía coger y llevar al jardín; allí, al despertarse, se daban cuenta de dónde estaban.
El brebaje en cuestión tal vez fuera una infusión de hachís que unida al hecho de fumar la misma hierba les producía el sueño que deseaba el Viejo. Cuando una vez despiertos los jóvenes se encuentran en un lugar tan maravilloso y ven todas las cosas que os he dicho hechas exactamente como dice la ley de Mahoma, y las damas y doncellas siempre a su lado cantando todo el día, retozando y haciéndoles todas las caricias y gracias que pueden imaginar, sirviéndoles comida y los vinos más delicados, embelesados en éxtasis por tantos placeres y por los riachuelos de leche y de vino, se creen realmente en el Paraíso. Y las damas y muchachas están a su lado todo el día, jugando, cantando y haciendo gran regocijo y ellos actúan con ellas… a su voluntad; y allí estos jóvenes tienen todo cuanto quieren y nunca querrían por su propia voluntad marcharse.
Cuando el Viejo necesitaba a alguien para enviarle a un lugar para matar a un hombre hacía que uno de aquellos jóvenes se intoxicase otra vez con el hachís, quedando dormido, y lo hacía llevar a su palacio situado fuera del jardín. Cuando despierta el muchacho no hace más que suspirar y decir que haría cuanto estuviese en su mano para volver al Paraíso. El Viejo le promete que volverá al Paraíso.
Y cuando el Viejo quiere matar a un gran señor, pone a prueba entre sus Asesinos a los que mejor le parece. Envía a los alrededores, pero a distancia no demasiado grande, a varios de los jóvenes que han estado en el Paraíso, y les ordena matar al hombre que les describe. Van allí inmediatamente y cumplen el mandato de su señor. Los que escapan regresan a la corte; algunos son cogidos y ejecutados por haber matado a su hombre. Pero el que es cogido no desea más que morir, pensando que vuelve al Paraíso.
Cuando los que han escapado regresas ante su señor, les dicen que han acabado la tarea. El Viejo los recibe con gran alegría y festejos. Además, él sabe de sobra que han mostrado valor, porque en secreto había enviado emisarios detrás de cada uno de los que partían, para saber quién era el más audaz y el mejor para matar a su hombre.
De esta manera, ningún hombre escapaba a la muerte cuando el Viejo de la Montaña lo quería. Si los primeros enviados eran muertos antes de haber ejecutado la orden del Viejo, enviaba a otros, y así hasta que su enemigo era matado. Muchos reyes y Barnes le hacían presentes y estaban en buenas relaciones con él por miedo a que los hiciese matar".
La fortaleza del Viejo de la Montaña se llamaba Alamut y la secta desapareció en 1273.
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