23 de mayo de 2014

EL ESPEJO DE MATSUYAMA (LEYENDA JAPONESA)


En Matsuyama, lugar remoto de la provincia japonesa de Echigo, vivían, hace cientos de años, un matrimonio de jóvenes campesinos y su pequeña hija. Un día el esposo tuvo que viajar a la capital para resolver unos asuntos, su esposa estaba muy preocupada por el viaje tan largo, él la consoló diciéndole que volvería muy pronto y que le traería regalos a ella y a su hija.

Después de unos meses, volvió y le contó todas las maravillas que había visto, la niña jugaba feliz con los regalos que le había traído su padre. -Para ti -le dijo el marido a la mujer- te he traído un regalo muy raro que te va a sorprender. Míralo y dime qué ves dentro.

El regalo era un objeto blanco por un lado, redondo, con adornos de pájaros y flores, por el otro, muy brillante. La mujer, al mirarlo se quedó fascinada. Se trataba de un espejo, y ella nunca había visto uno. Se veía a ella misma reflejada y no se conocía. El marido le explicó que ese objeto era muy común en la ciudad. La joven cogió el espejo y lo guardo con mucho cuidado en una cajita, de vez en cuando lo sacaba para contemplarse.

Pasaron los años y la familia seguía siendo muy feliz. La niña se había convertido en una hermosa jovencita, buena y cariñosa, muy parecida a su madre. Ésta precavida, no le había enseñado el espejo a su hija para que no se presumiese de su hermosura.

La madre enfermó y notando que su muerte estaba cerca, llamó a su hija y le pidió que le trajera la cajita donde guardaba el espejo, y le dijo: -Hija mía, sé que voy a morir pronto, pero no te pongas triste, cuando me haya ido, prométeme que mirarás este espejo todos los días. Me veras en él y te darás cuenta de que, aunque desde lejos, siempre estaré velando por ti-.

Cuando la madre murió, la joven abrió la cajita del espejo y cada día, como le había prometido a su madre, lo miraba y en él veía la cara de su madre, hermosa y sonriente. Con esa imagen hablaba, le contaba sus penas, sus alegrías, a pesar de que esa imagen no le contestaba la reconfortaba.

Un día su padre la vio hablar con el espejo. Ante su sorpresa, la muchacha le dijo: -Padre, todos los días miro este espejo y veo a mi madre y hablo con ella-. Le contó lo que le había prometido a su madre antes de morir.

El padre se quedó tan impactado y emocionado que nunca se atrevió a decirle que lo que contemplaba todos los días en el espejo era ella misma y que el amor, la había convertido en la fiel imagen del hermoso rostro de su madre.

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