12 de enero de 2013

EMPERADORES INCAS



Los incas cuya capital (Cuzco) se levantaba en las montañas, absorbieron a la cultura chimú y fundaron en el año 1438 d. C. un imperio que se extendía a lo largo de 3.200 kilómetros y contaba con 6 millones de habitantes.

Este imperio, estaba dirigido por los emperadores primogénitos de primogénitos, descendientes del dios solar y seres celestiales de santidad incomparable.

Dioses en la tierra, los emperadores, gozaban de poderes y lujos inimaginables por el pobre jefe mehinacu en su penosa lucha diaria por tener el respeto y la obediencia del pueblo. La gente de la calle no podía dirigirse cara a cara a su emperador, que concedía sus audiencias oculto tras un biombo, y las personas que se acercaban a él tenían que hacerlo cargando un bulto a sus espaldas.

Viajaba reclinado en un palanquín ricamente adornado, llevado por cuadrillas especiales de porteadores. Un ejército de barrenderos, aguadores, jardineros y cazadores atendía sus necesidades en el palacio de Cuzco. Si algún miembro de este personal cometía algún error, el castigo podía recaer en toda su aldea.

El emperador tomaba sus comidas en vajillas de oro y plata, en estancias cuyas paredes estaban recubiertas de metales preciosos. Sus ropas estaban confeccionadas de la más suave lana de vicuña y, una vez usadas, las cedía a los miembros de la familia real, ya que nunca llevaba dos veces la misma prenda.

Disfrutaba de los servicios de numerosas concubinas, minuciosamente seleccionadas de entre las muchachas más hermosas del imperio. Con el fin de conservar la sagrada línea de filiación del dios solar, su esposa tenía que ser su propia hermana o medio hermana. Cuando moría, su esposa, sus concubinas y muchos otros servidores eran estrangulados, en estado de embriaguez, en el transcurso de una gran danza, para que no le faltara ninguna comodidad en el otro mundo.

A continuación se le quitaban las vísceras a su cuerpo, se envolvía en telas y se momificaba. Estas momias eran atendidas de forma permanente por mujeres que espantaban las moscas con sus abanicos, dispuestas a satisfacer el menor deseo que pudiera expresar el emperador muerto.

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