27 de enero de 2013

MIGUEL ÁNGEL Y JULIO II



El papa Giuliano Della Rovere, Julio II, encargó en 1505 a Miguel Ángel Buonarotti de 29 años, la construcción de su futuro sepulcro. El artista diseñó un monumento funerario de una altura de ocho metros, sobre una base rectangular, coronado por el catafalco del Papa victorioso, sostenido por ángeles. La obra estaría decorada por cuarenta estatuas de mármol de tamaño superior al natural. Los adornos serían esclavos encadenados y otras alegorías.

Miguel Ángel, pasó 8 meses en las canteras de Carrara eligiendo y trabajando en los bloques de mármol con los que iba a realizar el monumento. Una montaña de mármol fue transportada desde cientos de kilómetros a Roma.

Según el relato de algunos contemporáneos, el pintor Rafael y su pariente y protector, el arquitecto Donato d’Angelo (Bramante), celosos de la fama que este monumento iba a darle a Miguel Ángel, hicieron un complot ante el Papa, convenciéndole de que la construcción de este sepulcro en vida podía traerle mala suerte. Le recomendaron, a cambio, que le encargase pintar el techo de la Capilla Sixtina, pensando que no tenía facultades para hacerlo, ya que sólo era conocido como escultor.

El sepulcro quedó abandonado durante cuatro años, mientras Miguel Ángel terminaba el techo de la capilla con las imágenes de la Creación.

Al morir Julio II en 1513, su tumba no estaba construida. Cuarenta años después de haber empezado el sepulcro, el artista sólo había esculpido algunas estatuas de las cuarenta que tenía el proyecto. Una de ellas era el Moisés de 3 metros de altura.

En 1545, con sesenta y nueve años, terminó la versión reducida de la tumba de Julio II. Cuyo protagonista principal es el Moisés en el centro, y con Lía y Raquel a los lados, en la iglesia de San Pietro in Vincoli en Roma.

Cuenta la crónica no oficial de la época que, al leñador al que Miguel Ángel había hecho el encargo de construir los andamios proyectados por él para pintar la bóveda de la Capilla Sixtina le hizo el artista un regalo. Además de pagarle sus honorarios, le dejó todas las cuerdas usadas. Debían ser muchísimas, ya que según parece le bastaron para venderlas y pagar la dote de su hija que se casaba en esas fechas.

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