26 de abril de 2012

UNA HISTORIA EN EL ANTIGUO EGIPTO



Después de un trabajo ampliamente satisfactorio como escriba del Tesoro en el Templo Funerario de Tutmosis IV, el visir se fijó en Ramose y fue nombrado escriba en Deir-el Medina, en el año 5 del reinado de Ramsés II.

Ramose, competente y avispado, amasó una gran fortuna que invirtió fundamentalmente en monumentos funerarios y objetos piadosos. Sin embargo, y a pesar de sus plegarias y sus ofrendas a los dioses y diosas de la Fecundidad, él y su esposa continuaban sin tener descendencia.

La pareja adoptó a un joven llamado Kenhijepshef, que sucedió a Ramose en su oficio de escriba. Kenhijepshef no tenía la clase su padre adoptivo. Era un personaje bastante bruto, no muy apreciado por el visir Jay, y que no dudaba en ordenar a los obreros y artistas de la Tumba real que trabajaran para él.

Su fortuna, sumada a la que le había dejado en herencia su padre, era considerable. A los 60 años, se casó con una adolescente llamada Naumajt, pero tampoco tuvo hijos.

La joven se volvió a casar tras la muerte de Kenhijepshef y, mucho más tarde (bajo el reinado de Ramsés IV), ya entrada en años, redactó en un lujoso papiro, de una extensión descomunal para un documento privado (192 centímetros de largo por 43 de ancho), un testamento por medio cual legaba sus bienes a sus hijos, ocho en total (uno de ellos llevaban el nombre de su primer marido), desheredando a algunos de ellos por su ingratitud.

Tanto durante el reinado de Ramsés II, como a lo largo de la historia faraónica, las mujeres tenían una capacidad jurídica plena. No sólo podían disponer de sus bienes, sino también realizar transacciones inmobiliarias, contratar sirvientes, formar aprendices, testar y promover acciones judiciales. Incluso tenían capacidad para gestionar el patrimonio y ejercer como jueces en el consejo de la ciudad.

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