PÓCIMAS PARA BLANQUEAR EL ROSTRO

Tomad dos libras de harina de arroz, media de albayalde, dos onzas de huesos de jibia, incienso, mástic (árbol de hoja perenne) y goma arábiga. Reducidlo todo a polvo y remojadlo en agua de rosas o de lis, que luego guardareis en un tarro. Por la noche os frotáis el rostro con un lienzo empapado en este líquido.

Tomad un azumbre de leche de vaca negra, o si no un azumbre del agua que destilan las cepas de mayo, ocho limones y cuatro naranjas cortadas en trozos pequeños, dos onzas de azúcar cande, media onza de borrás pulverizado y cuatro cebollas de narciso bien molidas. Lo ponéis todo a destilar y la rectificáis al baño maría y el agua que dé, que es la de Venus, la conserváis en una botella tapada.

Se toma litargirio (óxido de plomo), mástic, incienso macho y colofonia a partes iguales. Pulverizado todo, se mezcla sobre un mármol y se echa en remojo en vino blanco aromatizado, se pasa de allí al alambique para destilarlo, y con el agua que resulte, que guardaréis en una redoma, os untaréis el rostro al iros a dormir. Con ello conseguiréis tal blancura en vuestro cutis, que ningún otro lavado podrá hacerlo desaparecer.

Tomad a partes iguales raíces de brione y de cebolla de narciso, medio azumbre de leche de vaca, miga de pan blanco, y destilado todo en alambique de cristal. Para serviros del agua que resulte, mezcladla por la mitad con agua de la reina de Hungría.

Tomad un pichón blanco, desplumadlo, quitarle las entrañas, la cabeza y las patas, unid tres puñados de flor de harina, dos libras de leche, tres onzas de crema de leche y tres onzas de aceite de almendras dulces, lo más frescas posible. Todo ello se pone a destilar en un alambique de vidrio, y el agua que da es lo que se debe poner a diario para lavarse el rostro y las manos quien quiera tener el cutis blanco, sedoso y sin ninguna mancha.