17 de mayo de 2019

ENJUAGADEDOS O AGUAMANIL



Desde la antigüedad era costumbre comer con las manos; romanos, griegos, egipcios…, durante la Edad Media y muy entrada la Moderna. Mientras esa costumbre persistió, se impuso el previo lavado de las manos, y por si no lo hacían estando en privado, se hacía públicamente.

Para hacerlo era imprescindible utilizar el llamado enjuagadedos, también conocido como aguamanil. Se trataba de una palangana fabricada en distintos materiales: cerámica, plata, porcelana, etc., y una jarra que contenía el agua para enjuagar las manos.

En un tratado de buenas costumbres publicado en 1544 por Della-Casa, obispo de Benavente se dice: “Soy de parecer que no debe uno lavarse las manos en público; son menesteres que conviene hacer en privado. Sin embargo, es conveniente, antes de sentarse a la mesa, lavarse las manos en presencia de todos, aun cuando no fuera necesario, para que no haya duda de que están limpias al meterlas en los platos”.

En tiempos de Homero, ese lavamanos era considerado de obligación para todos, lo mismo sucedía en Roma. Los franceses del siglo XIII, en lugar de decir que la comida estaba servida, decían “corner l’eau”= “Cornear el agua”, por ser una llamada que se hacía con un cuerno de caza para que todos los que fueran a comer se lavaran las manos.

Las clases sociales altas se volvían a lavar por segunda vez las manos antes de servir los postres. Unos pajes con jofainas y jarras daban la vuelta a la mesa vertiendo agua de rosas para que los comensales se lavaran las manos, mientras otros presentaban toallas para secarse.

Los romanos se lavaban a cada servicio, según cuentan: los festines de Heliogábalo eran tan espléndidos que a veces se servían veintidós servicios, integrando cada uno un número de platos infinito y se lavaban en cada uno.

Los comensales menos refinados se chupaban los dedos hasta el codo.

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