LA MODA EN EL SIGLO DE ORO
El culto al pie pequeño hizo que se generalizasen los chapines, unos zuecos altos con plataforma, que protegían además los zapatos del barro y las inmundicias callejeras. El amor a las joyas estuvo extendido en todas las clases sociales, aunque fue la nobleza la clase más consumidora. Felipe III, en 1600, prohibió los brocados, salvo a las personas de la realeza y al culto divino.
Decía Martín Fernández de Navarrete, noble español y escritor (1765-1844), en su Restauración política de España, sobre el abuso de oro y piedras preciosas: “Se derrocha tanto que algunos han llegado al extremo de poner varillas de oro en los zapatos y usar jaspe en chimeneas y el pórfido en columnas”.
En 1623, Felipe IV, prohibió los cuellos alechugados, sustituyéndolos por valonas llanas, sin invenciones, puntas, cortados, deshilados ni ningún otro tipo de guarnición, determinando además que ningún hombre ni mujer pudiera ser abridor de cuellos, so pena de vergüenza pública y destierro. También se ordenaba que nadie podía tener ni traer más de dieciocho servidores, si se trataba de un grande o un título, y de ocho para personajes de menor jerarquía.
En los siglos XVI y XVII se impuso el artificio del barroco, lo que se notó en la afición femenina a los afeites y pinturas, costumbre que fue muy criticada por los eramistas (corriente ideológica centrada en las ideas de Erasmo de Róterdam). El puritanismo masculino centró sus críticas por la moda femenina. Se criticaron muy duramente: el guardainfante que acentuaba las caderas y permitía llevar embarazos escondidos, los chapines, los artefactos capilares, los coloretes y mascarillas y, sobre todo, los escotados.
Los hombres no escaparon de las críticas. Se denunciaba a los galanes muy compuestos y se les llamaba “pisaverdes”, porque caminaban por todas partes como por un prado mojado. En general se protestaba por la obsesión por la ostentación y el despilfarro.
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