NERÓN EN LOS JUEGOS OLÍMPICOS
Cuenta Suetonio que era Nerón muy aficionado a las carreras de cuadrigas y a los certámenes poéticos, musicales y teatrales, tanto como espectador como participante. En una ocasión algunos de los embajadores encargados de entregarle las coronas de los ganadores en el certamen de cantores de cítara, le suplicaron que cantase en la sobremesa y le aplaudieron frenéticamente, Nerón exclamó: “Solo los griegos saben escuchar y son dignos de mi arte”. Cuando viajó a Casiope, debutó como cantante ante el altar de Júpiter Casio y se presento luego a todos los certámenes, uno tras otro.
Para lograrlo, agrupó en un año los certámenes correspondientes a las fechas más dispares e incluso hizo repetir algunos. Además organizó en Olimpia un certamen musical y, para que nada le distrajera mientras estaba ocupado en tales actividades, contestó a su liberto Helio que le advertía que la situación en Roma exigía su presencia, con las siguientes palabras: “Aunque tú en este momento me aconsejas y deseas que regrese cuanto antes, no obstante mejor sería que me aconsejaras y desearas que regresase digno de Nerón”.
Cuando cantaba, no se permitía a nadie salir del teatro, ni siquiera por motivos de imperiosa necesidad; así es que se cuenta que algunas mujeres dueran a luz durante las representaciones y que muchos espectadores, aburridos de tanto oírle y aplaudirle, al encontrarse con las puertas de los teatros cerradas, saltaron furtivamente desde lo alto del muro o bien, haciéndose pasar por muertos fueron sacados al exterior para enterrarlos.
También combatió como auriga en muchos lugares; en los Juegos Olímpicos guió incluso un carro tirado por diez caballos. Al abandonar Grecia, otorgó la libertad a toda la provincia y a los jueces el derecho de la ciudadanía romana, así como una fuerte suma de dinero. Estos privilegios los anunció él mismo de viva voz, desde el centro del estadio, el día de los Juegos Ítsmicos.
A su regreso a Grecia entró en Nápoles, por ser ésta la ciudad en que había debutado como artista, en una carroza tirada por caballos blancos y a través de una brecha abierta en las murallas, como hacían los vencedores de los juegos sagrados.
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