CASAS RURALES EN EL SIGLO XVIII
Las grandes propiedades rurales europeas del siglo XVIII eran una especie de mundo aparte, casi autosuficientes. Para los propietarios la gran finca era el símbolo de su poder y condición social. Para los trabajadores y los campesinos de los alrededores, la Gran Casa, con sus campos de labranza, granjas, huertos y talleres representaba la oportunidad de tener un trabajo fijo y adaptarse a las ideas políticas o las rarezas personales del propietario y su familia.
Construir y mantener una mansión rural costaba muchísimo dinero. Solo en salarios, el señor podía gastarse casi la mitad de sus ingresos. Los ciertos de más categoría estaban bien pagados; un mayordomo podía ganar a mediados del siglo XIX tanto como el mejor artesano, además de la casa y la comida.
La decoración y el mobiliario de estas casas eran muy suntuosas: muebles de lujo en los salones para las recepciones y los aposentos privados, biblioteca repleta de libros de todo tipo, galería con cuadros de los mejores artistas y la enorme cocina con despensa, en donde se podían encontrar los mejores manjares. Estos gastos tan enormes para mantener estas casas llevaban a muchos propietarios al borde de la ruina.
En las cuadras había caballos para montar, y también de tiro para el coche del señor y para los pesados carros de labranza.
Los sirvientes eran muy numerosos, los había para casi cualquier cosa: mayordomo, administrador de la casa, ayuda de cámara, camarero, doncella, ama de llaves, cocinera, niñera, lacayo, criada, fregonas, chico de los recados y limpiabotas, capataz, montero, carpintero, herrero, mozo de cuadra, mozos de labranza, perreros, cochero…
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