EL AJO EN LAS TRADICIONES POPULARES
Fuera de la cocina, el uso más conocido del ajo es para
ahuyentar a los vampiros. Los sajones de Transilvania rellenaban la boca de los
cadáveres, sospechosos de ser vampiros, con ajo antes de enterrarlos. También
creían que unos cuantos dientes de ajo en la bolsa del dinero mantenían a las
brujas alejadas del oro y que si esos ajos se colgaban en las vaquerías
evitaban cualquier brujería sobre la producción de la leche. Estaban
convencidos de que si uno se deshacía de un ajo, dejaba de tener buena suerte.
En la antigüedad se consideraba que el ajo protegía a los
que eran propensos al mal de ojo; las vírgenes, los recién nacidos (las
comadronas griegas llevaban un ajo en el momento del parto) los recién casados
y las parejas prometidas. Los griegos utilizaban el ajo para protegerse de las
Nereidas (ninfas invisibles que aterrorizaban a las futuras esposas y a las
mujeres embarazadas).
También se creía, por prudencia, dejar montoncitos de
dientes de ajo en las cruces de los caminos para complacer a Hecate, diosa del
destino. Según Homero, un tipo de ajo silvestre fue lo que evitó que la
hechicera Circe convirtiera a Ulises en un cerdo. La brujería resultó tan poderosa
que en lugar de lo que pretendía, Circe terminó enamorándose de él. Plinio, el
Viejo, afirmaba que el jugo de ajo anulaba el poder de un imán.
En la actualidad en Egipto se celebra un festival llamado “aspirar
las brisas” durante el cual se consumen ajos y se colocan en los alféizares de
las ventanas y los marcos de las puertas para combatir las fuerzas del mal.
El folklore popular europeo colgaba los ajos en la puerta de
los graneros o en los cuernos del ganado para evitar la desgracia, también se
ponía en la comida de los animales para mantenerlos sanos.
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