LA TRIBU IROQUESA
El pueblo iroqués (pieles
rojas) surgió alrededor de la región de los Grandes Lagos, en sus principios en
el sur de Ontario, Canadá, y en el noreste de los Estados Unidos de América. Inicialmente
eran nómadas.
Desde sus poblados rodeados
de vallas en el interior de Nueva York, los matrilocales (el hombre vive con la
familia de la esposa) iroqueses enviaban ejércitos de hasta 500 guerreros a
efectuar incursiones contra objetivos situados en territorios tan alejados como
Quebec e Illinois.
Al regresar a su tierra
natal, el guerrero iroqués se reunía con la esposa y los hijos en el hogar que
le correspondía dentro de una “casa larga”. Los asuntos de esta casa
comunitaria los administraba una mujer de cierta edad que era pariente próxima
por el lado materno de la esposa del guerrero.
Esta matrona se encargaba
de organizar el trabajo, en casa y en los campos, de las mujeres de la casa
larga. También se encargaba del almacenamiento de las cosechas y de administrar
el consumo según las necesidades. Era llevada en andas o literas, no podía
tocar el suelo porque encarnaba a un Ser Divino, a la Diosa Madre Eithinoha.
Cuando los hombres no se
encontraban ausentes en alguna expedición (las ausencias duraban un año), los maridos
dormían y comían en estas casas largas dirigidas por mujeres, pero carecían de
control alguno sobre la forma de vida y trabajo de sus esposas.
Si un marido era mandón o
poco cooperativo, la matrona podía ordenarle en cualquier momento que recogiese
su manta y se fuera, dejando a los niños al cuidado de la esposa y las demás
mujeres de la vivienda.
En cuanto a la vida pública,
el poder político entre los iroqueses era el consejo de ancianos, compuesto de
jefes elegidos de sexo masculino que procedían de diferentes aldeas. Las matronas
de las casas largas designaban a los miembros de este consejo y podían impedir
que figurasen en él hombres a los que se oponían. Pero ellas mismas no participaban
en él, pero influían en las decisiones de éste gracias a su control de la
economía doméstica.
Si una acción era
propuesta no era de su agrado, las matronas podían retener los alimentos, los
cinturones de cuentas, las labores de pluma, los mocasines, los cueros y las
pieles guardados en almacenes bajo su control.
Los guerreros no podían
embarcarse en aventuras exteriores a menos que las mujeres llenaran sus bolsas
de piel de oso con la pasta de maíz seco y miel que comían cuando estaban
fuera.
Tampoco se podían
celebrar festivales religiosos a menos que las mujeres accediesen a ceder los
suministros necesarios. Ni siquiera el consejo de ancianos podía reunirse si
las mujeres decidían retener los alimentos para la ocasión.
A pesar de controlar las
casas largas y los componentes artesanales y agrícolas de la producción, las
mujeres iroquesas no humillaban, degradaban ni explotaban a sus hombres.
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