19 de noviembre de 2012

LA TRIBU IROQUESA



El pueblo iroqués (pieles rojas) surgió alrededor de la región de los Grandes Lagos, en sus principios en el sur de Ontario, Canadá, y en el noreste de los Estados Unidos de América. Inicialmente eran nómadas.

Desde sus poblados rodeados de vallas en el interior de Nueva York, los matrilocales (el hombre vive con la familia de la esposa) iroqueses enviaban ejércitos de hasta 500 guerreros a efectuar incursiones contra objetivos situados en territorios tan alejados como Quebec e Illinois.

Al regresar a su tierra natal, el guerrero iroqués se reunía con la esposa y los hijos en el hogar que le correspondía dentro de una “casa larga”. Los asuntos de esta casa comunitaria los administraba una mujer de cierta edad que era pariente próxima por el lado materno de la esposa del guerrero.

Esta matrona se encargaba de organizar el trabajo, en casa y en los campos, de las mujeres de la casa larga. También se encargaba del almacenamiento de las cosechas y de administrar el consumo según las necesidades. Era llevada en andas o literas, no podía tocar el suelo porque encarnaba a un Ser Divino, a la Diosa Madre Eithinoha.

Cuando los hombres no se encontraban ausentes en alguna expedición  (las ausencias duraban un año), los maridos dormían y comían en estas casas largas dirigidas por mujeres, pero carecían de control alguno sobre la forma de vida y trabajo de sus esposas.

Si un marido era mandón o poco cooperativo, la matrona podía ordenarle en cualquier momento que recogiese su manta y se fuera, dejando a los niños al cuidado de la esposa y las demás mujeres de la vivienda.

En cuanto a la vida pública, el poder político entre los iroqueses era el consejo de ancianos, compuesto de jefes elegidos de sexo masculino que procedían de diferentes aldeas. Las matronas de las casas largas designaban a los miembros de este consejo y podían impedir que figurasen en él hombres a los que se oponían. Pero ellas mismas no participaban en él, pero influían en las decisiones de éste gracias a su control de la economía doméstica.

Si una acción era propuesta no era de su agrado, las matronas podían retener los alimentos, los cinturones de cuentas, las labores de pluma, los mocasines, los cueros y las pieles guardados en almacenes bajo su control.

Los guerreros no podían embarcarse en aventuras exteriores a menos que las mujeres llenaran sus bolsas de piel de oso con la pasta de maíz seco y miel que comían cuando estaban fuera.

Tampoco se podían celebrar festivales religiosos a menos que las mujeres accediesen a ceder los suministros necesarios. Ni siquiera el consejo de ancianos podía reunirse si las mujeres decidían retener los alimentos para la ocasión.

A pesar de controlar las casas largas y los componentes artesanales y agrícolas de la producción, las mujeres iroquesas no humillaban, degradaban ni explotaban a sus hombres.

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