OPERA HOUSE DE SIDNEY
A mediados de los años 50, el gobierno de Nueva Gales del Sur abrió un concurso internacional para adjudicar las obras de la Opera House de Sydney. Doscientos treinta y tres proyectos compitieron por el codiciado premio de 11.500 dólares, pero, especialmente el prestigio mundial.
El principal problema, además de las reducidas dimensiones del espacio disponible, había que proyectar un edificio visible desde todos los puntos cardinales e incluso a vista de pájaro. Esto puede resolverse fácilmente en un edificio de viviendas, pero no es tan fácil en el caso de un escenario para la representación de ópera. El jurado internacional designado para elegir el proyecto ganador concedió el premio a un arquitecto danés; Jorn Utzon.
Para resolver el problema de la estructura externa del teatro, el arquitecto había trazado proyecto muy original, que sus enemigos comparaban con “una regata de balandros”, pero que era muy apropiado para su emplazamiento marítimo en el promontorio del puerto de Sidney.
Un casco sólido como base y unas estructuras aéreas, como velas hinchadas por el viento, para rematar el edificio. Sin embargo, se demostró muy pronto que el cálculo matemático de esos triángulos curvilíneos era imposible de realizar. El técnico británico Ove Arup, encargado de realizar esa parte del proyecto, lo definió como un “sueño irrealizable y fantástico”. Una y otra vez hubo que modificar la forma, los mástiles y las velas de aquel enorme velero de cemento.
Los gastos ya superaban el presupuesto inicial calculado en siete millones de dólares. En 1960, tres años después de iniciadas las obras, los gastos ascendían a diez millones, y al terminarse la obra en 1973 se habían gastado ciento veinte millones de dólares.
En las elecciones de 1965, el partido agrario liberal (Liberal-Country) subió al poder, desbordando en los comicios del partido laborista, que había empezado el proyecto. Los nuevos gobernantes acusaron a Jorn Utzon de estar arruinando al país. El arquitecto dimitió, esperando que su renuncia no sería aceptada, pero las obras continuaron sin él.
Hall, Todd, Littlemore y Farmer, encontraron una solución práctica a todos los problemas pendiente, contentado así a los nuevos dirigentes.
El 20 de octubre de 1973 la reina Isabel II de Inglaterra inauguraba el polémico edificio, una obra original y casi irreal que estuvo a punto de arruinar a un país.
Fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 2007.
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