23 de septiembre de 2010

EL ASESINATO DE JULIO CÉSAR

Marco Bruto y sus aliados se convirtieron en asesinos para suprimir a Julio César a favor de la dignidad y los intereses de su propia clase, cuya superioridad colectiva en Roma a través del Senado se veía amenazada por la dictadura de César.

El 15 de marzo, a la hora quinta, César, incitado por Décimo Bruto, salió a la calle. Mientras los conjurados también se dirigían a la reunión del Senado. Por el camino Artemidoro de Cnido, un griego que trabajaba como pedagogo en casa de Marco Bruto, intuyó parte del complot y quiso avisar a Julio César. El griego consiguió acercarse lo suficiente a Julio César para entregarle una nota, pero César, aunque lo intentó, no pudo leerla.

Cuando Julio César entró en el Senado, el arúspice Espurina, que días antes le había anunciado un peligro “no más tarde de los idus de marzo”, apareció entre la gente, César lo vió y le dijo: -Son los idus de marzo y no me ha sucedido nada. Y Espurina le respondió: -Pero aún no ha pasado.

Mientras tanto, los senadores habían entrado en el atrio y los conjurados se habían colocado en torno al escaño donde se sentaría César.

Tilio Cimbro fue el que inició la acción lanzándose a los pies de César con la excusa de interceder por su hermano en el exilio. Todos se unieron a la petición besando las manos y el pecho del dictador. A la señal acordada, César fue apuñalado por los conspiradores. César se debatió impotente ante la cantidad de puñaladas, pues todos debían tomar parte en el acto y mancharse las manos de sangre.

El cuerpo de César quedó tendido en el atrio desierto durante un tiempo. Antistio, el médico, analizó el cadáver y reveló que de las 23 puñaladas que tenía, sólo una había sido mortal. Después llegaron tres esclavos que lo pusieron en una litera para llevarlo a casa.

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