LA MISIÓN STS-51-L
La misión STS-51-L, a bordo del Challenger, se sabía que sería un fracaso desde el principio. El lanzamiento de la nave se aplazó seis veces por el mal tiempo. El 28 de enero de 1986, por fin, despegó. En el interior se encontraban siete tripulantes, uno de ellos Christa McAullife, la primera mujer civil que viajó al espacio.
Setenta y tres segundos después de despegar, la nave se desintegró ante miles de personas que se encontraban en Cabo Cañaveral y millones de telespectadores.
Los tripulantes murieron al impactar la cabina de la nave contra el océano, después de una larga caída de casi tres minutos. Los motivos finales de su muerte no se conocen. La comisión que investigó el accidente determinó como poco posible el hecho de que alguno de ellos estuviese consciente en el momento del impacto, aunque más tarde salieron a la luz evidencias de que al menos cuatro de los miembros de la tripulación puede que activaran sus sistemas auxiliares de suministro de oxígeno y que intentaron ayudarse entre ellos.
La cabina fue la única sección de la nave que logró superar la terrible destrucción de la explosión, pero no pudo soportar el impacto final contra el océano, desintegrándose junto con sus ocupantes. Determinaron que la tragedia sobrevino a causa de una filtración de gases procedentes de un anillo defectuoso del cohete de propulsión sólida derecho.
El módulo de la cabina cayó desde una altura de 15 240 metros produciéndose el accidente. Una comisión de seguridad de la NASA detectó fallos muy graves en el diseño de las naves, sobre todo en el diseño de los tanques de combustible, que propiciaron la explosión del Challenger. Los transbordadores permanecieron en los hangares durante dos años.
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