2 de octubre de 2015

TEMPLARIOS


En 1118, cuando se cumplían diecinueve años de la conquista de Jerusalén por los cruzados, Hugo de Payens y Godofredo de Saint-Omer, dos caballeros franceses, fundaron una orden militar con la intención de proteger a los peregrinos que iban a Tierra Santa. En el proyecto se les unieron seis caballeros más.

Los primeros años no fueron fáciles. Balduino II, rey de Jerusalén, les cedió una parte del palacio que estaba situado junto al antiguo templo. De ahí proviene el nombre de Orden del Temple y templarios. Honorio II confirmó la orden en el concilio de Tours en el año 1127.

Estos primeros templarios pronunciaban votos de castidad, de pobreza y obediencia. Combatían al servicio de Jesucristo. Para vestirse utilizaban la ropa que los fíeles les daban de limosna. Combatían por convicción, y no por lograr la gloria. Acompañaban las caravanas, asistían a los peregrinos. En el centro de sus batallones, colocaban a los caballeros novicios y les enseñaban a vencer o morir. Se lanzaban contra los enemigos cantando himnos.

No poseían nada individualmente, comían dos en un plato y cuando moría un caballero su ración se reservaba durante cuarenta días para los pobres. Utilizaban camisas de lana en invierno, y desde Pascua hasta Todos los Santos, las usaban de tela. Llevaban un manto blanco como señal de castidad y limpieza de corazón.

No podía besar a las mujeres ni para saludarlas, no podían estar sin hacer nada, no podían jugar a nada, ni cantar, ni asistir a espectáculos… Siempre tenían que estar armados. Sus caballos no podían llevar ninguna clase de adorno. Estaba prohibido cazar, excepto leones.

Los votos que hacían al entrar en la orden eran: “Juro consagrar las palabras, las armas, las fuerzas y la vida a la defensa de los misterios de la fe y de la unidad de Dios, prometo entera obediencia al Gran Maestro, de la orden y siempre que me será mandado atravesaré los mares, haré la guerra por amor a Cristo y, aunque estuviese solo, no retrocederé ante tres enemigos”.

Combatían bajo su estandarte al que llamaban “Bouceant vipartitum ex albo eí nigro”, que nunca cayó en manos del enemigo. En él se leía su lema: “Non nobis Domine non nobis sed nominis tuo da gloriam” (No a nosotros Señor, no a nosotros sino a tu nombre da gloria).

En el añor 1237, Armando de Perigord, era el Gran Maestro. Reginaldo de Argentonio, caballero italiano, llevaba el Bouceant y fue rodeado por los enemigos, durante la pelea le cortaron las manos y mantuvo sus antebrazos el estandarte unido a su cuerpo hasta que otro guerrero lo recogió, cayendo entonces muerto. Según su regla el caballero tenía que rezar las horas canónicas o, en caso de no poder, unos Padrenuestros.

Por motivo de su voto de pobreza, sólo podían tener tres caballos y un sirviente, para tener más se necesitaba el permiso del maestre. Al maestre se le obedecía siempre, y se le debía pedir todo. Los regalos que se recibían eran para el uso común, y sólo con permiso del maestre se podían admitir donativos particulares. Las faltas graves se castigaban con la separación del trato con los hermanos, la rebeldía con la expulsión de la orden.

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