SA MA D'ES MORO (LEYENDA BALEAR)
Una historia antigua cuenta que, durante más de cien años, cada quince de noviembre, en un viejo caserón de la palmesana calle del Moro, al cerrarse la noche sobre la ciudad, se sobresaltaba con el susurro de apagadas voces, el arrastrar de pesadas cadenas y un rumor de tocas deslizándose a lo largo de los pasillos de la mansión. Los misteriosos ruidos iban incrementándose hasta que un desgarrador alarido brotaba de los espesos muros y, al extinguirse, hacía aún más lóbrego el silencio que envolvía la calle.
Era entonces cuando la reseca mano de un hombre, un día cercenada, clavada en el fondo de una hornacina, empezaba a moverse arañando las tinieblas y de su muñón brotaban unas gotas de sangre que se embebía, poco a poco, en la arenisca de la pared. Con el alba cesaba el macabro movimiento y la mano volvía a su inmovilidad.
La historia es esta:
Don Martín Mascort, era un presbítero de una parroquia de las cercanías, vivía en una pobre casa de aquella calle, su existencia rayaba la miseria hasta que un día, quiso la fortuna que, al golpear uno de los tabiques, la pared cediera descubriendo la existencia de una cámara oculta.Ante los atónitos ojos del reverendo, apareció entonces un fabuloso tesoro, tres ollas de tierra repletas de oro cuyo valor dejó atónito al sacerdote.
La humilde casa se convirtió pronto en una hermosa mansión y don Martín tomó a su servicio a un criado moro, joven y apuesto que se llamaba Ahmed, y a una anciana ama de llaves a la que encomendó el cuidado de su sobrina, la joven María, que hacía tiempo que compartía con él su casa.
Al poco tiempo, estalló un amor apasionado en las almas de los dos jóvenes, Ahmed, consciente de los impedimentos que suponían su raza y su religión, hacía continuas promesas a la muchacha de que se haría cristiano si accedía a acompañarlo a África, donde le esperaba una herencia que le convertiría en un hombre rico. Una vez cristianizado, volverían para solicitar el perdón del tío.
Era el 18 de octubre de 1731, la noche prevista para la fuga. Amparados en la oscuridad, Ahmed y María llegaron hasta el embarcadero, con el pretexto de recoger algo de ropa, el muchacho volvió sobre sus pasos, entró en la casa, llegó hasta la alcoba del sacerdote que dormía profundamente, sumido en un sueño del que no despertaría jamás.
Ahmed lo cosió a puñaladas y dejándolo tendido en un charco de sangre, empezó a buscar las llaves del arcón, donde sabía se encontraba la fortuna. Mientras andaba revolviendo cajones, los horrorizados gritos de la vieja criada terminaron con la ya escasa serenidad del homicida que, cegado por el pánico, buscaba desesperadamente la salida sin acertar a encontrarla. Al trasponer la ansiada puerta, Ahmed se dio de bruces con los alguaciles de la ronda, que llegaban atraídos por el griterío del vecindario.
El 15 de noviembre se notificó la sentencia de muerte, debiendo antes ser arrastrado y cortárle la mano derecha, circunstancias que se modificaron, aplazando la mutilación para después de muerto.
Se convirtió y fue bautizado, siendo los padrinos el alcaide de la cárcel y su esposa. Subió al patíbulo con la cara vuelta a él y la espalda al pueblo, y después de ser ejecutado y cortada la mano, que se colocó en el portal de la casa del sacerdote, se quemó su cuerpo.
En 1840 se veía aún sa ma d'es moro (la mano del moro), tras una reja de hierro y en el sitio indicado.
Era entonces cuando la reseca mano de un hombre, un día cercenada, clavada en el fondo de una hornacina, empezaba a moverse arañando las tinieblas y de su muñón brotaban unas gotas de sangre que se embebía, poco a poco, en la arenisca de la pared. Con el alba cesaba el macabro movimiento y la mano volvía a su inmovilidad.
La historia es esta:
Don Martín Mascort, era un presbítero de una parroquia de las cercanías, vivía en una pobre casa de aquella calle, su existencia rayaba la miseria hasta que un día, quiso la fortuna que, al golpear uno de los tabiques, la pared cediera descubriendo la existencia de una cámara oculta.Ante los atónitos ojos del reverendo, apareció entonces un fabuloso tesoro, tres ollas de tierra repletas de oro cuyo valor dejó atónito al sacerdote.
La humilde casa se convirtió pronto en una hermosa mansión y don Martín tomó a su servicio a un criado moro, joven y apuesto que se llamaba Ahmed, y a una anciana ama de llaves a la que encomendó el cuidado de su sobrina, la joven María, que hacía tiempo que compartía con él su casa.
Al poco tiempo, estalló un amor apasionado en las almas de los dos jóvenes, Ahmed, consciente de los impedimentos que suponían su raza y su religión, hacía continuas promesas a la muchacha de que se haría cristiano si accedía a acompañarlo a África, donde le esperaba una herencia que le convertiría en un hombre rico. Una vez cristianizado, volverían para solicitar el perdón del tío.
Era el 18 de octubre de 1731, la noche prevista para la fuga. Amparados en la oscuridad, Ahmed y María llegaron hasta el embarcadero, con el pretexto de recoger algo de ropa, el muchacho volvió sobre sus pasos, entró en la casa, llegó hasta la alcoba del sacerdote que dormía profundamente, sumido en un sueño del que no despertaría jamás.
Ahmed lo cosió a puñaladas y dejándolo tendido en un charco de sangre, empezó a buscar las llaves del arcón, donde sabía se encontraba la fortuna. Mientras andaba revolviendo cajones, los horrorizados gritos de la vieja criada terminaron con la ya escasa serenidad del homicida que, cegado por el pánico, buscaba desesperadamente la salida sin acertar a encontrarla. Al trasponer la ansiada puerta, Ahmed se dio de bruces con los alguaciles de la ronda, que llegaban atraídos por el griterío del vecindario.
El 15 de noviembre se notificó la sentencia de muerte, debiendo antes ser arrastrado y cortárle la mano derecha, circunstancias que se modificaron, aplazando la mutilación para después de muerto.
Se convirtió y fue bautizado, siendo los padrinos el alcaide de la cárcel y su esposa. Subió al patíbulo con la cara vuelta a él y la espalda al pueblo, y después de ser ejecutado y cortada la mano, que se colocó en el portal de la casa del sacerdote, se quemó su cuerpo.
En 1840 se veía aún sa ma d'es moro (la mano del moro), tras una reja de hierro y en el sitio indicado.
6 comentarios :
La que más pena me da es la sobrina...
Si encima que la engañan, se queda sin Tio. Un beso.
Hola! ¿Me dirías el título del libro en el que has visto esta leyenda? ¡Muchas gracias!
Yuuko, estoy pasando una temporada en otra ciudad que no es la mia, en cuanto vuelva a casa, te lo digo. Un beso.
Gracias por la atención :) Seguiré pasándome. Magnífico el blog.
Yuuko gracias a ti. Un beso.
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