23 de octubre de 2023

MADAME D'AULNOY EN LAS IGLESIAS DE MADRID


Marie-Catherine le Jumelle de Barnerville, baronesa D’Aulnoy, conocida como Madame D'Aulnoy, (1651-1705) fue una escritora francesa, además de ser conocida por sus cuentos de hadas, también lo es por su relato del viaje a España, escrito en 1679.

Sobre las iglesias de Madrid escribió:

"Las iglesias de Madrid me han parecido muy hermosas y bien dispuestas, pero se ven poco frecuentadas por las grandes señoras, que rezan en sus capillas particulares construidas en sus casas; sólo en ciertos días del año van todas a las iglesias, como, por ejemplo, en los de Semana Santa.

Nuestra Señora de Atocha me ha gustado mucho: está enclavada en un convento donde habitan bastantes frailes que no salen casi nunca, porque una de sus reglas más atendidas es el recogimiento en la clausura; su vida es muy austera. Desde todas partes acuden los fieles a Nuestra Señora de Atocha, que tiene muchos devotos, y cuando los Reyes de España celebran algún feliz suceso, en esta iglesia mandan cantar el Te-Deum en acción de gracias. 

En un altar hay una Virgen sosteniendo al niño Jesús entre sus brazos; las gentes la consideran milagrosa, es negra y con frecuencia la visten con traje de viuda; pero en las grandes solemnidades la cubren con riquísimas telas e incomparables pedrerías, tan hermosas y tan abundantes que no se puede ver nada que lo iguale por magnífico que sea. La Virgen tiene sobre la cabeza una corona de gloria dispuesta en forma de sol, cuyos rayos deslumbran; lleva también un gran rosario. 

Este altar está colocado a la derecha de la nave central, en un sitio que sería oscuro del todo si no lo iluminaran más de cien suntuosas lámparas de plata y de oro que siempre se mantienen encendidas. El rey tiene una tribuna desde donde sin ser visto presencia las ceremonias religiosas oculto detrás de la celosía.

En todas las iglesias hay unas esterillas de junco muy convenientes para no tenerse que arrodillar en el suelo, y en cuanto entra una persona de calidad o una dama extranjera, el sacristán corre a poner un tapiz en el sitio donde aquélla se detuvo, y sobre el tapiz coloca un reclinatorio, o bien la invita otras veces a entrar en las tribunas, pintadas, doradas y envidriadas, donde se descansa y reza muy cómodamente.

No pasa un solo domingo sin que se iluminen con más de cien velas los altares, que en todas las iglesias de Madrid están atestados de plata. En ciertos días de gran solemnidad, se forman jardincillos de césped con surtidores que se derraman sobre fuentes de plata, de mármol o de pórfido. Se colocan alrededor multitud de naranjos de dos varas de altura, arraigados en grandes tiestos y sobre los cuales van a posarse algunos pajarillos que cantan como si estuvieran en la vega. Estas funciones se repiten con bastante frecuencia, y las iglesias nunca están desprovistas de naranjos y jazmines que las perfuman con olores bastante más agradables que el del incienso".

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