EL RITUAL MORTUORIO EN LA EDAD MEDIA
Cuando alguien moría el cadáver recibía un tratamiento, después era velado y, por último se llevaba a enterrar, más o menos como se hace hoy en día.
El tratamiento consistía en lavarlo con agua o vino y amortajarlo. Lo más normal era ponerle al muerto el mejor vestido que hubiera tenido en vida, a veces se le ponían joyas y otras cosas que sirvieran para identificarlo y pudiesen acompañarlo en su viaje al otro mundo. En el siglo XIII se hizo popular ponerle el hábito de una orden, especialmente la de San Francisco.
El difunto ya vestido se envolvía en un lienzo o sudario cosido o sujeto con agujas, tenía un significado simbólico de cierre del cuerpo para impedir que el alma volviese a entrar en él. Con el mismo significado se le cerraban los ojos, se le tapaban las fosas nasales y en ocasiones se le ataban los dedos gordos de los pies o de las manos.
Mediante un toque de campanas se convocaba a los vecinos para que asistiesen al velatorio del cadáver. La Iglesia castigaba los canticos fúnebres no religiosos, los bailes alrededor del cuerpo muerto, o el banquete fúnebre que tenía lugar con el fallecido de cuerpo presente, o después del entierro.
Pasadas veinticuatro horas, se llevaba el cuerpo al lugar donde iba a ser enterrado, acompañado de un cortejo fúnebre en procesión.
Era raro el uso de ataúdes y lo más normal era cavar una fosa y depositar el cuerpo. En épocas de grandes epidemias se impuso la cremación para evitar el contagio de la enfermedad.
La identificación de las sepulturas fue tardía, en los cementerios el uso de la cruz, sin inscripción alguna, sólo surgió a partir del siglo XII, y todavía pasó un tiempo hasta que empezaron a ponerse nombre y fechas en las losas. Los nobles y adinerados preferían que los enterrasen en las Iglesias, en conventos, monasterios o capillas privadas,
A partir del siglo XIII empezaron a grabarse en las tumbas escudos y leyendas, y a esculpirse figuras sobre las lápidas.
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