26 de noviembre de 2024

UNA HISTORIA DE AL-ANDALUS

 

Según un relato del historiador de Al-Andalus, Ibn-al-Arabi del año 950, se puede comprobar la diferencia que existía entre las costumbres de los cristianos y las de los musulmanes andaluces.

Una embajada de cristianos de Ifrang, reino franco, puede que Cataluña, fue a visitar al califa Abd-al-Rahman y las muestras de riqueza y de poder les dejaron asombrados.

Había colocado una alfombra en el camino desde la puerta de Córdoba a la de Medina-al-Zahra, a una “parasanga” de distancia, y colocados hombres a derecha e izquierda del camino con las espadas, largas y anchas, desnudas en la mano, de manera que las del lado izquierdo se juntaban con las del derecho formando como nervios de bóvedas, y dio orden de que los embajadores anduvieran entre aquellas espadas, bajo su sombra, como si fueran una galería cubierta. Les entró pánico.

Cuando llegaron a la puerta de Medina-al-Zahra, el suelo estaba alfombrado con brocado, desde la puerta de la ciudad hasta el trono, de la misma manera que la anterior. Había colocado en sitios especiales chambelanes, que parecían reyes, con vestidos de brocados y seda, sentados en sillones adornados.

Cuando veían a un chambelán, no dejaban de postrarse ante él. Creyendo que se trataba del califa, pero les decía: “Alzad vuestras cabezas; este es solo uno de sus esclavos”. Hasta que llegaron a un patio sembrado de arena, en cuyo centro estaba sentado el califa, con vestidos raídos y que le quedaban pequeños; todo lo que llevaba puesto no valía cuatro dirhenes,

Permanecía sentado en el suelo, con la cabeza baja, y tenía delante un Corán, una espada y una hoguera. Dijeron a los embajadores: “He aquí el sultán”. Entonces se postraban ante él, que levantó la cabeza hacia ellos y, antes que pudieran hablar, les dijo: “Dios nos ha ordenado que os invitemos a esto, señalando el Corán, el Libro de Dios, y si rehusarais a eso, señalando la espada, y vuestro destino cuando os quitemos la vida en esto, señalando el fuego.

Ante aquello, se asustaron, les ordenó salir sin que hubieran dicho una sola palabra, y fijaron la paz con él en las condiciones que quiso imponerles. Así y solo así se honra la religión de Dios, no de otro modo.

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