EL CUPIDO DURMIENTE DE MIGUEL ÁNGEL
Según cuenta Ascanio Condivi, discípulo y biógrafo de Miguel
Ángel Buonarroti, después de contemplar una escultura que representaba un cupido
durmiente, Lorenzo di Pierfrancesco de Medicis le comentó al artista: “Si
consiguierais darle un aspecto tal que pareciera haber estado enterrada mucho
tiempo, yo podría enviarla a Roma, donde la tomarían por antigua y podrías
venderla mucho mejor”.
Según Condivi, Miguel Ángel accedió hacer la prueba. Envejeció
la escultura y la envió a Roma para venderla como una pieza clásica. En la
ciudad vaticana, un anticuario llamado Baldassare del Milanese vendió la obra
como procedente de un descubrimiento arqueológico al cardenal Rafaele Riario,
que pagó doscientos ducados, de los cuales solo treinta llegaron a Miguel
Ángel, a causa de que el anticuario le hizo una rebaja en la comisión porque sí
detectó el fraude. A su vez, Miguel Ángel se dio cuenta de que había sido
descubierto y no se quejó de aquellos bajos honorarios.
Después de un tiempo, también el propio cardenal se enteró de la verdadera procedencia de su Cupido. El cardenal envió a uno de sus ayudantes a visitar a Miguel Ángel a Florencia para hablar sobre el tema. El mensaje para Miguel Ángel era el siguiente: “Si un artista tan genial como para ser capaz de imitar así a los clásicos deseaba viajar hasta Roma y trabajar allí, el cardenal lo acogería en su palacio”.
Y así fue como Miguel Ángel tomó el camino del sur y viajó a
la ciudad vaticana, donde comenzaría su impresionante carrera con la inmortal
Piedad.
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