LA ANCIANA CIEGA (LEYENDA BALEAR)
Una anciana ciega, viuda de un pescador, vivía humildemente cerca del mar, desde donde partían y llegaban las naves uniendo con lazos fuertes e indivisibles el puerto de la isla con los remotos confines de Oriente, las cálidas riberas africanas o los ricos puertos del continente.
Veía solo en una de estas direcciones la segura curación de su mal.
No tenía por qué saber que a tan solo unos pasos de su casa, en la Catedral que duplicaba su imagen en las azules aguas de la bahía, se guardaba el mayor Lígnum Crucis que conocía la cristiandad.
Ella quería una astillita, sólo una pequeña muestra de la Cruz del Señor, porque estaba segura de que al pasarla son fe sobre sus ojos, iba a recobrar la vista, podría ver de nuevo el mar y tejería con mayor facilidad los remiendos de aquellas redes inmensas, siempre rotas después de la pesca.
Por eso, cuando supo que partía para Tierra Santa una nave mallorquina pidió que la acompañaran junto al barco y confió a un marinero amigo, con toda vehemencia, su anhelado encargo.
Para la ingenuidad de la anciana es de suponer que cumplir aquel favor no entrañaba dificultad alguna.
El hombre para abreviar, prometió no olvidarse.
Pasó el tiempo, siguió tejiendo con la esperanza puesta en el regreso del barco, con la certeza de ver cumplido su deseo.
Un día la avisaron, la embarcación regresaba del largo viaje y pronto llegaría al puerto de Palma.
Voló al embarcadero y allí al borde mismo del mar, con los brazos extendidos y una esperanzada sonrisa en su boca, esperaba al marinero.
El marinero comprendió al punto lo grave de su olvido.
¿Cómo explicar a la anciana que no había vuelto a acordarse, ni una sola vez, de su encargo?
Pero la anciana estaba ciega y no advertiría el engaño; era cosa fácil engañarla.
Desprendió con su navaja una astilla de la borda de la nave, la envolvió y la entregó a la mujer con todo el ceremonial que supo improvisar en un momento.
Y cuentan, que el final fue así:
La anciana paso emocionada por sus ojos la falsa reliquia y al punto estos se abrieron, llenándose de nuevo de luz y vida.
No hubiera podido ver, según ella, de otra manera.
No fue la astilla de mi barca, no, pensaría asombrado el marinero sino la fe de la anciana la que obró el milagro.
2 comentarios :
lindo relato, verdaderamente cierto, la fe mueve montañas. siempre he pensado que el triunfo depende de la tenacidad y el empeño que pongas en conseguir lo que deceas, y pensar positivamente abre cualquier puerta. Cuidate, un abrazo.
Tienes toda la razón, por eso siempre hay que pensar en positivo. Un beso.
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