ROSARIO
Para muchas religiones antiguas, la repetición de plegarias
incrementaba su eficacia. Implorar a los dioses, a cualquier santo o a Dios,
para que librasen a los fieles de cualquier desgracia. Cuanto más se recitaba
la plegaria más efectiva para que la petición se cumpliera.
Muchas religiones prescribían el número exacto de
repeticiones de una oración. Como ejemplo, los templarios, orden que se fundó
en 1119 para luchar en las Cruzadas, viajaban continuamente y no podían asistir
con regularidad a las ceremonias religiosas, por lo que se les exigía recitar
el Padrenuestro cincuenta y siete veces al día. Cuando uno de ellos moría, el
número aumentaba hasta cien veces diarias durante una semana.
Los sacerdotes de la Iglesia griega calculaban el número de
repeticiones mediante cordones con nudos. Las personas ricas unían en ristras
piedras preciosas, pepitas de oro y trozos de vidrio.
En el siglo XI, lady Godiva, famosa por haber protestado
contra los impuestos cabalgando desnuda por la ciudad inglesa de Coventry, legó
a un monasterio un pequeño círculo de gemas que ella misma había ensartado. En
el siglo XIII la iglesia católica lo popularizo gracias a santo Domingo,
fundador de la orden de predicadores, después llamados dominicos. En una
ocasión se le apareció la Virgen María y le pidió que rezara el rosario como
remedio contra el pecado y la herejía.
Muchos rosarios antiguos tenían sus cuentas talladas en la
misma madera: palo rosa, por esa razón se les conocía como coronas de rosa.
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