Una de las fantasías más famosas
afirmaba la existencia de El Dorado, una ciudad perdida construida en oro, situada en la actual Colombia. Su búsqueda
obsesionó a un gran número de europeos durante los siglos XVI y XVII, en muchas
ocasiones terminó con tragedias en estas expediciones.
Una de las ceremonias más curiosas
era la del indio dorado. Marcaba el ascenso al poder de un nuevo cacique y se
celebraba en la laguna sagrada de Guatavita, cerca del actual Bogotá. Muchos españoles
describieron en que consistía, a pesar de que nunca estuvieron presentes.
Según algunos cronistas de la
época la ceremonia comenzaba cuando el nuevo jefe se adentraba en el lago a
bordo de una balsa de juncos, ricamente adornada. Su cuerpo había sido recubierto
en su totalidad con polvo de oro, lo que le hacía resplandecer bajo el sol del
mediodía. La navegación se acompañaba desde tierra con el sonido de algunos instrumentos
y el humo perfumado de hogueras y braseros.
El nuevo cacique no estaba solo en
la balsa; entraban con él cuatro caciques, los más principales, sus sujetos,
muy adornados con plumas, coronas, brazaletes, chagualas (pendientes en la
nariz) y orejeras de oro. Cada uno llevaba una ofrenda, siendo la más importante
la que llevaba el indio dorado; oro y esmeraldas para el dios de la laguna.
En el año 1969 se encontró una
balsa de oro. Apareció en el interior de una cueva. Con la balsa se encontraron
objetos propios de una ofrenda.