BATALLA DE LOOS
Durante la batalla de Loos, en la Primera Guerra Mundial, el
alto mando británico sacrificó ocho mil soldados, que no conquistaron la
posición deseada mientras que el enemigo no sufría ni una sola baja.
Los alemanes no se lo podían creer; las tropas británicas
marchaban firmemente hacia ellos. Al llegar a las alambradas, de unos cinco
metros de anchura y algo más de un metro de altura, provistos únicamente de
cizallas de mano que no eran lo suficientemente fuertes para cortar el grueso
alambre, muchos hombres intentaban cruzarlas mientras otros se desgarraban en
ellas sus manos desnudas.
Algunos se limitaban a correr arriba y debajo de la línea de
alambradas intentando encontrar un hueco, hasta que eran alcanzados por los
disparos.
Solo cuando no quedaba ninguna duda de que no había
esperanzas de pasar, los supervivientes de ambas divisiones se decidieron a retroceder.
Eran tan duras las imágenes de la masacre, que los alemanes no dispararon a los
soldados británicos que se retiraban.
De los diez mil hombres que ese día se lanzaron al ataque, unos trescientos ochenta y cinco oficiales y 7861 soldados resultaron heridos o muertos.
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