ENJUAGADEDOS O AGUAMANIL
Desde la antigüedad era costumbre comer con las manos;
romanos, griegos, egipcios…, durante la Edad Media y muy entrada la Moderna.
Mientras esa costumbre persistió, se impuso el previo lavado de las manos, y
por si no lo hacían estando en privado, se hacía públicamente.
Para hacerlo era imprescindible utilizar el llamado
enjuagadedos, también conocido como aguamanil. Se trataba de una palangana
fabricada en distintos materiales: cerámica, plata, porcelana, etc., y una
jarra que contenía el agua para enjuagar las manos.
En un tratado de buenas costumbres publicado en 1544 por
Della-Casa, obispo de Benavente se dice: “Soy de parecer que no debe uno
lavarse las manos en público; son menesteres que conviene hacer en privado. Sin
embargo, es conveniente, antes de sentarse a la mesa, lavarse las manos en
presencia de todos, aun cuando no fuera necesario, para que no haya duda de que
están limpias al meterlas en los platos”.
En tiempos de Homero, ese lavamanos era considerado de
obligación para todos, lo mismo sucedía en Roma. Los franceses del siglo XIII,
en lugar de decir que la comida estaba servida, decían “corner l’eau”= “Cornear
el agua”, por ser una llamada que se hacía con un cuerno de caza para que todos
los que fueran a comer se lavaran las manos.
Las clases sociales altas se volvían a lavar por segunda vez
las manos antes de servir los postres. Unos pajes con jofainas y jarras daban
la vuelta a la mesa vertiendo agua de rosas para que los comensales se lavaran
las manos, mientras otros presentaban toallas para secarse.
Los romanos se lavaban a cada servicio, según cuentan: los
festines de Heliogábalo eran tan espléndidos que a veces se servían veintidós
servicios, integrando cada uno un número de platos infinito y se lavaban en
cada uno.
Los comensales menos refinados se chupaban los dedos hasta
el codo.
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