PRIMEROS ANTICONCEPTIVOS
El médico (ginecólogo) griego Sorano de Éfeso (98-138 a. C.)
recomendaba en su obra “Ginecología”, el uso de una mezcla de aceite rancio de
oliva, miel y bálsamo o resina de cedro, que se debía introducir en el útero.
Decía que si después de una relación sexual, la mujer, se ponía de cuclillas y
estornudaba, no se quedaba embarazada. Otra forma era saltar hacia atrás siete
veces, tan alto como pudieran, de esa manera se expulsaba el semen.
El mismo médico decía que las mujeres recogieran, el agua
que los herreros utilizaban y tiraban para enfriar el hierro candente, y que se
la bebieran después de las relaciones sexuales. En la Primera Guerra Mundial,
las mujeres se ofrecían voluntarias para trabajar en las fábricas con hierro y
así se mantenían estériles. Esto les trajo problemas graves de salud como
nauseas, fallos renales, problemas neurológicos y hasta podía provocar la
muerte.
En la Antigua Roma recomendaban el uso de un método que
consistía en introducir una bola de lana en la vagina que era empujada hasta la
entrada del cuello del útero, previamente empapada de vino u otras sustancias
de textura gomosa, por ejemplo un líquido en el que se había disuelto corteza
de pino.
Otro método consistía en crear una costra sobre el pene,
mediante una pomada que tenía la cualidad de matar el esperma, al cerrarle el
acceso al cuello del útero.
En la Antigua Grecia, endurecían las paredes del útero con
aceite de cedro, o con una pomada elaborada con aceite de oliva e incienso.
En China alentaban a las mujeres a que utilizaran el
mercurio como anticonceptivo. Después de mantener relaciones, las mujeres
debían beber unos tragos de mercurio. Los efectos secundarios eran graves.
En Asia, se impregnaba papel de bambú en una sustancia ácida
y se introducía en la vagina, antes de la relación sexual.
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