EMPERADORES INCAS
Los incas cuya capital
(Cuzco) se levantaba en las montañas, absorbieron a la cultura chimú y fundaron
en el año 1438 d. C. un imperio que se extendía a lo largo de 3.200 kilómetros
y contaba con 6 millones de habitantes.
Este imperio, estaba
dirigido por los emperadores primogénitos de primogénitos, descendientes del
dios solar y seres celestiales de santidad incomparable.
Dioses en la tierra, los
emperadores, gozaban de poderes y lujos inimaginables por el pobre jefe
mehinacu en su penosa lucha diaria por tener el respeto y la obediencia del
pueblo. La gente de la calle no podía dirigirse cara a cara a su emperador, que
concedía sus audiencias oculto tras un biombo, y las personas que se acercaban
a él tenían que hacerlo cargando un bulto a sus espaldas.
Viajaba reclinado en un
palanquín ricamente adornado, llevado por cuadrillas especiales de porteadores.
Un ejército de barrenderos, aguadores, jardineros y cazadores atendía sus
necesidades en el palacio de Cuzco. Si algún miembro de este personal cometía algún
error, el castigo podía recaer en toda su aldea.
El emperador tomaba sus
comidas en vajillas de oro y plata, en estancias cuyas paredes estaban
recubiertas de metales preciosos. Sus ropas estaban confeccionadas de la más
suave lana de vicuña y, una vez usadas, las cedía a los miembros de la familia
real, ya que nunca llevaba dos veces la misma prenda.
Disfrutaba de los
servicios de numerosas concubinas, minuciosamente seleccionadas de entre las
muchachas más hermosas del imperio. Con el fin de conservar la sagrada línea de
filiación del dios solar, su esposa tenía que ser su propia hermana o medio
hermana. Cuando moría, su esposa, sus concubinas y muchos otros servidores eran
estrangulados, en estado de embriaguez, en el transcurso de una gran danza,
para que no le faltara ninguna comodidad en el otro mundo.
A continuación se le
quitaban las vísceras a su cuerpo, se envolvía en telas y se momificaba. Estas momias
eran atendidas de forma permanente por mujeres que espantaban las moscas con
sus abanicos, dispuestas a satisfacer el menor deseo que pudiera expresar el
emperador muerto.
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