EL NAMA EN PAPÚA NUEVA GUINEA
En aldeas asentadas a lo
largo de las tierras altas de Papúa Nueva Guinea la institución central era el "Nama", culto de iniciación masculina que formaba a los varones para ser
valientes guerreros a la vez que para dominar a las mujeres.
Dentro de la casa de
cultos, donde jamás podía entrar ninguna mujer, los hombres guardaban las flautas
sagradas cuyos sones sembraban el terror entre las mujeres y los niños. Sólo a los
iniciados de sexo masculino se les revelaba que los autores de esos sonidos
eran sus padres y hermanos, y no aves carnívoras de procedencia sobrenatural.
Los iniciados juraban matar
a cualquier mujer o niño que descubriera su secreto, aunque fuera de manera
accidental, y habitualmente se provocaban hemorragias nasales y vómitos para
librarse de los efectos tóxicos del contacto con las mujeres.
Después de un período de
reclusión en la casa de cultos, el iniciado reaparecía convertido en adulto y
recibía una esposa a la seguidamente dispara un flechazo en el muslo, para
demostrar su poder.
Las mujeres cultivaban
los huertos, se ocupaban de la cría de los cerdos y realizaban trabajos sucios,
mientras los hombres vagueaban dedicados a cotillear, pronunciar discursos y
adornarse con pinturas, plumas y conchas.
En caso de adulterio, las
mujeres recibían castigos severísimos consistentes en introducirles palos
ardientes en la vagina. O eran matadas por sus esposos si hablaban cuando no
les correspondía o se sospechaba que manifestaban sus opiniones en reuniones
públicas, se les azotaba con una caña, y en las disputas matrimoniales eran
objetos de violencia física.
Los hombres no podían
mostrarse nunca débiles o blandos en sus relaciones con las mujeres. Tampoco les
hacían falta incidentes o razones concretas para insultarlas o maltratarlas,
esto formaba parte de sus vidas de forma natural. En rituales y mitos, esta
situación se presentaba como si fuera el orden esencial de las cosas.
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