EL CADÁVER DE CARLOMAGNO
Carlos I el Grande (742-814), conocido como Carlomagno, rey
franco y emperador de Occidente, dejó, antes de morir, sus últimas voluntades.
Estas decían que su cuerpo debía ser embalsamado y sepultado
en la cripta bajo la cúpula de la Catedral de Aix-en-Provence. Debía ser
colocado sentado en su trono de mármol, vestido con sus ropas reales y llevando
su corona, su cetro en una mano y en la otra sujetando un Evangelio
encuadernado en oro que reposaba en sus rodillas.
El sepulcro de Carlomagno fue profanado varias veces. La primera
la llevó a cabo el emperador germánico Otón II, que a pesar de ser muy culto y
soñar con un Imperio romano cristiano, saqueó el cadáver de Carlomagno. De ese
saqueo se llevó una cruz de oro y pedrería que llevaba colgada al cuello.
El segundo saqueo del sepulcro lo realizó el emperador
germánico Federico I Barbarroja. Desde el comienzo de su reinado desafió la
autoridad papal y establecer el predominio germánico en Europa occidental. Del sepulcro
de Carlomagno se llevó todo lo que había de valor. Años más tarde, arrepentido
por el saqueo, hizo canonizar a Carlomagno.
A pesar de estos y otros muchos saqueos a la sepultura de
Carlomagno, su cadáver embalsamado permaneció cuatrocientos años sentado en el
trono de mármol, sin sufrir ningún daño.
En el año 1215, el rey de Sicilia y emperador germánico
Federico II ordenó que el cadáver fuera colocado en un ataúd de oro y plata que,
fue depositado en la Catedral de Aquisgrán (Alemania).
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