19 de septiembre de 2020

MALOS MUY MALOS

 

La Metropolitan Opera House se convirtió en un escaparate para las mejores producciones durante la dirección de Otto H. Kahn, el accionista principal. Era un señor de gusto musical soberbio y gran riqueza. Invirtió más de 2 000 000 dólares de su fortuna particular en el Metropolitan. Durante casi quince años, irónicamente, el señor Kahn no pudo tener un palco en su propia casa de la ópera, porque el Metropolitan seguía una política antisemita, y el señor Kahn era judío. Cuando al fin se le permitió tener un palco, demostró su desprecio no ocupándolo jamás. Lo puso a disposición de visitantes extranjeros distinguidos.

Como su trabajo era exigente físicamente, los cortadores esclavos de caña de azúcar fueron los peones más costosos del Sur. Llegó un momento en que su precio se elevó tanto en el mercado de esclavos de Nueva Orleans, que un hacendado de Louisiana trató de contratar, en vez de ellos, a inmigrantes irlandeses y alemanes. Este proyecto fracasó cuando los trabajadores contratados fueron a la huelga exigiendo doble paga a mitad de la cosecha.

La creencia de la época y de la familia de Nathan Hale de veintiún años, capturado en una misión de espionaje durante la Guerra de la Independencia norteamericana, fue traicionado por su primo Tory Samuel Hale, subcomisario británico de prisioneros. El mismo general británico Howe ordenó la ejecución de Hale son someterlo a juicio. En la víspera de su ejecución se permitió que Hale escribiera cartas, que luego fueron destruidas por el carcelero, quien pensó que los rebeldes nunca deberían saber que contaban con un hombre que podía morir con tanta firmeza.

Después de una rebelión en Santo Domingo, alrededor de 1820, 176 negros hechos prisioneros por los franceses fueron encerrados en una empalizada. Para la mañana siguiente, 173 se habían suicidado por auto estrangulación.

Cinco años después de estar implicado en la condena a muerte de 19 personas por casos de brujería en Salem, Massachusetts, en 1692, uno de los jueces, Samuel Sewall, dijo que las condenas fueron un error. Aceptó la culpa y la vergüenza por ellas, y hasta su muerte, en 1730, el jurista, inglés de nacimiento, pasaba anualmente un día de arrepentimiento en ayuno y oración.

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