4 de junio de 2020

LAS COSAS DEL ESPECTÁCULO-2


La gran actriz francesa Sarah Bernhardt estaba obsesionada con la muerte. Cuando era adolescente, hacía frecuentes visitas al depósito de París para contemplar los cadáveres de los seres abandonados extraídos de las aguas del Sena, y pidió a su madre que le comprara un hermoso ataúd de palo de rosa forrado de satén blanco. El ataúd pasó a formar parte de la leyenda de la actriz. Algunas veces dormía en él, y finalmente fue enterrada en él cuando murió a los setenta y nueve años.

El espectáculo más extravagante y fascinante que jamás se haya visto en Broadway fue la revista de Ziegfel (The Ziegfeld Follies). La cauda era las hermosas chicas de Ziegfeld. Casi la mitad de los gastos para montar esas costosas producciones se iba en vestidos. Estas bellezas de Broadway andaban lánguidamente por el escenario y casi nunca sonreían. Dolores, la más famosa de las chicas de Ziegfeld, no sonrió ni una vez en el escenario en los diez años que pasó con las Follies.

Charles Didelot, puso en el escenario los ballets de San Petersburgo y ejerció una profunda influencia sobre el ballet ruso. En 1796 discurrió un sistema por el cual las bailarinas podían ser levantadas en el aire por medio de alambres, dando la impresión de que volaban. Por medio de alambres, Didelot podía bajar a una bailarina hasta el suelo de modo que pareciese tocarlo con la punta de los pies. Las bailarinas aprendieron pronto a bailar sobre las puntas de los pies sin alambres.

Cuando Mawwell Anderson escribió La Reina Isabel, para Alfred Lunt y Lynn Fontanne, en 1930, se vio que necesitaba muchas correcciones, pero nunca llegaron a realizarse. La temporada de Filadelfia fue un desastre. La siguiente representación se hizo en Baltimore, donde se estrenó la obra en medio de una lluvia torrencial. A la mañana siguiente se presentó Anderson con las páginas corregidas. Confesó que solo podía escribir cuando llovía. En su casa de Rockland County, Nueva York, tenía un sistema para esparcir agua sobre el tejado de su estudio de modo que pudiese oír el ruido de la lluvia al caer cuando lo deseaba.

En los años 1920 a 1930, Charles Chaplin fue el hombre más aclamado del mundo. En una visita que hizo a Londres, el cómico recibió 73 000 cartas en solo dos días.

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