17 de marzo de 2019

LOS CADETES DEL ALCÁZAR DE TOLEDO




Esta historia tuvo lugar en Toledo, cuando dos cadetes regresaban un atardecer al Alcázar, en una de las callejuelas se tropezaron con un recadero que con sumo cuidado transportaba una enorme torre fabricada con tartas superpuestas, bien cubiertas de merengue y soportando un arabesco elaborado con guirlache, bien provisto todo el gran pastel con frutas confitadas y cubierto de una gigantesca catarata de huevo hilado.

Los cadetes se quedaron asombrados ante esa maravillosa obra de arte y le preguntaron de qué confitería provenía esa colosal tarta. El recadero les contestó que de ninguna, que era un regalo de las monjitas de Santa Leocadia para S. E. el señor cardenal.

Los jóvenes cadetes le dijeron: -Hermano, este torreón tiene demasiado guirlache; hay que aligerarlo, así que venga un trozo…

Acto seguido arrancaron un pedazo, y otro pedazo, y un dulce, y dos, y tres, y cuatro…

-¡Dios me valga! ¿Qué hacen ustedes? Si es para el señor cardenal-gritó el recadero, mientras se defendía como podía.

Los cadetes no le hicieron caso, metiendo las manos hasta los puños en la obra de arte de las monjitas reposteras.

Cuando llegaron al Alcázar, contentos de su hazaña, se sobresaltaron al ver que el recadero se había adelantado y pedía entre lágrimas, justicia para él y castigo para los culpables. El oficial de guardia los puso ante la presencia del recadero, y los cadetes confesaron su fechoría.

El capitán de los cadetes, con el propósito de castigarlos duramente, escribió una carta al cardenal, en la que, dando excusas y lamentando el caso prometió ser implacable con los atrevidos cadetes.

En ese momento regentaba la archidiócesis que, además de ser primado de las Españas era obispo castrense, el cardenal Moreno. Su eminencia era goloso, pero mucho más benévolo que goloso; además tenía por los cadetes una verdadera debilidad, por lo que todas sus travesuras le hacían gracia.

Aquella noche en vez del postre de las monjas, recibió la carta del coronel que le contaba la travesura de los cadetes. Le encantó la historia y exigió que los autores del atraco fueses puestos inmediatamente en libertad, enviándoles por conducto del oficial de guardia, una botella de jerez añejo, para que completasen el “gaudeamus”, para que no se les indigestara el dulce.

Los cadetes fueron a darle las gracias al cardenal. El capitán de guardia, aficionado al buen mosto, olió la botella y pensando que los cadetes le perdonarían como el cardenal les había perdonado a ellos, se bebió, trago a trago, el jerez, diciendo a cada copa que se servía y como para tranquilizar su conciencia: “A bocato di cardenali, bevanda di vascovo” (bocado de cardenal, bebida de obispo).

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