7 de noviembre de 2018

TRADICIONES SORPRENDENTES



En las islas Molucas, en el archipiélago de Indonesia, la caza de cabezas solo se puede hacer por detrás, ya que, si el agresor ve la cara del oponente, matarlos sería un asesinato.

Los chinos adiestraban a los ciegos para que practicaran el masaje con doble intención. Por una parte, se pensaba que los invidentes tenían más desarrollado el tacto y, por otra, podían tratar a la clientela femenina sin pudores.

La primera vez que un pigmeo, acostumbrado a tener una visión de corta distancia, se le subió a una cumbre, confundió una manada de elefantes con moscas.

Cuando iban al mercado, los verdugos de la antigüedad no podían poner las manos sobre la mercancía, y tenían que hacer la compra provistos de una vara, con la que señalaban lo que deseaban comprar. Ello era debido al rechazo que hacia ellos sentía la mayoría de las personas.

En el siglo XIV, estaba de moda en Europa el calzado llamado “pontaine”, sus punteras se alargaban varios centímetros, y acababan en forma de garra de pájaro, o pico de águila. Algunos incluso tenían forma de pene, lo que fue motivo para que los papas Urbano V y Carlos V de Francia prohibieran su uso a los católicos. La moda siguió durante varios años.

En la antigua Grecia, las mujeres no comían con sus esposos, sino que permanecían recluidas en el gineceo, habitación para mujeres que estaba situada en la parte posterior de la vivienda. Las únicas mujeres que podían sentarse a la mesa de los varones eran las hetairas, cortesanas de alto nivel.

El 27 de agosto de 1896, estalló entre Gran Bretaña y Zanzíbar una guerra que duró 38 minutos.

El servicio de agua de Atenas, en el siglo IV, era muy importante, tanto que el funcionario que desempeñaba el cargo no era nombrado al azar, sino por elección. Tenía que ser rico, para que de esta forma pudiera contribuir con sus dracmas al mantenimiento y construcción de nuevas fuentes.

Una ley de Maryland, en Estados Unidos, obligaba, en 1634 a las mujeres viudas que habían heredado propiedades de sus maridos a casarse en un plazo máximo de seis años. Si no lo hacían, perdían sus pertenencias, que pasaban al pariente masculino más cercano.

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