23 de septiembre de 2018

EDITORES EN LA ANTIGUA ROMA


Después de la ruina de Grecia, Roma cayó bajo la influencia de la cultura griega. Los libros griegos se difundieron a montones en Roma. También se trasladaron a Roma algunos traficantes griegos de libros, a la vez eran editores y vendedores al detalle.

Para poder atender la producción con rapidez y a gran escala, los libreros mantenían un personal de planta muy experimentado. Generalmente eran esclavos, griegos sobre todo. Eran muy solicitados y caros. Montar una oficina de libros era bastante caro. Según Séneca, 100 000 sestercios era el valor de un “servus literatus”.

Los esclavos solían también ser maestros de caligrafía para los niños. A pesar de ser esclavos, cobraban un sueldo por su trabajo. Los salarios eran bajos. El emperador Diocleciano fijó el máximo que había ue pagar por 100 líneas de la mejor escritura: 25 denarios. Para un trabajo más sencillo el precio era de 20 denarios. Las esclavas también eran expertas en este oficio.

Las reproducciones comerciales se hacían entre varios copistas, que trabajaban a la vez. Había un lector que dictaba. Una buena organización podía en unos cuantos días lanzar al mercado cientos de ejemplares de un libro nuevo. Tal vez por esa prisa en acabarlos, tenían miles de errores. Los autores y los compradores buscaban con ahínco los ejemplares más correctos.

Las obras con más éxito, además de distribuirse por Roma, también se vendían por todas las provincias del Imperio. Muchos de estos volúmenes se vendían a las bibliotecas públicas, así como a los bibliófilos para sus colecciones privadas.

El editor podía ser el auxiliar y a la vez el consejero del autor. Mientras los editores se hacían ricos, los autores apenas cobraban. Aunque el editor se guardaba todo el provecho, también corría con todo el riesgo de las reproducciones. Las ediciones no tenían igual representación: la de Secundo era una miniatura hecha en pergamino, la de Atrecto era un rollo de papiro.

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