6 de junio de 2017

HIGIENE EN EL SIGLO XVIII


En el siglo XVIII, las personas se lavaban en seco y además lo hacían muy poco, evitando a toda costa utilizar agua. Había que lavarse sin debilitar. Al levantarse, los adultos y los niños se peinaban y se frotaban ciertas partes del cuerpo con paños secos, insistiendo más en las partes expuestas a la vista de los demás: la boca, las manos y la parte posterior de las orejas. Lo importante era la apariencia. En ocasiones no se intentaba eliminar la suciedad, sino disimularla.

Creían que la salud del cuerpo dependía del buen equilibrio entre los cuatro humores: sangre, pituita, bilis amarilla y atrabilis. Los malos humores se expulsaban a través de procesos naturales como los vómitos, el sudor y las hemorragias, si no funcionaban se aplicaban purgas y sangrías.

Desde el siglo XIV, los médicos desaconsejaron los baños calientes ya que consideraban que el agua facilita el contagio de la peste. Ya que el calor abre los poros, creían que se introducían miasmas en el organismo, los miasmas eran efluvios malignos producidos por cuerpos corruptos o aguas estancadas.

El miedo a los miasmas se convirtió en una obsesión. Para garantizar la salud había que hacer circular el aire, por ese motivo se debían evitar los vapores de agua y la condensación, sobre todo si se producía en espacios cerrados. Los malos olores también se consideraban un indicativo de la presencia de aire viciado, para evitarlos perfumaban el aire. 

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