11 de abril de 2017

HISTORIAS DE MARÍA ANTONIETA


La reina María Antonieta, acostumbrada a una vida sencilla y familiar de la Corte de Viena, no podía soportar la rígida etiqueta de la Corte de Francia. Tenía la obligación de comer diariamente en público, la gente entraba y salía de palacio corriendo por las galerías de Versalles, yendo de aposento en aposento, para no perderse nada. María Antonieta nunca pudo acostumbrarse a ello y la comida de veinte o treinta platos se le hacía insoportable.

Todos los servicios de previsión se llamaban en cas (por si acaso), se preparaba por si la reina tenía apetito por la noche, la lista era la siguiente: una jarra de consomé, un pollo asado, una botella de vino, otra de horchata de almendras, otra de limonada, pasteles y golosinas.

Madame Campan, dice en sus memorias:

“La reina era muy sobria, casi se alimentaba exclusivamente de pollo asado y gallina cocida, no probaba el vino y tan solo manifestaba alguna afición al café y a los panecillos de Viena. Su esposo Luis XVI padecía de un apetito insaciable. Nada ni nadie le quistaba las ganas de comer, hasta en los momentos más álgidos de la Revolución…

A María Antonieta le fueron imputados como crímenes el circular sin séquito por las galerías de Versalles, el pasearse con una amiga del brazo por los jardines de Versalles en noches de luna, el representar comedias y el jugar a la granjera en el Trianón…

Tiene la disculpa de que se casó muy joven, quince años, de que su esposo, Luis XVI, no se preocupó nunca, ni mucho ni poco, de cuanto pudiera hacer; así que ella, mal aconsejada, cometió algunas ligerezas, tal como acudir disfrazada a los bailes de máscaras de la Ópera, una de las veces con tan mala suerte que se le rompió la carroza y llegó a la Ópera en fiacre; ella lo contó como una gracia y fue comentado muy desfavorablemente; en otra ocasión encontró la puerta de palacio cerrada…

Sus amistades, tanto femeninas como masculinas, la perjudicaban mucho, por la vida frívola y disipada que le hacían llevar. Ella añoraba la sencillez de vida de la Corte de Viena y hubiera querido imponerla en la ampulosa Corte de Versalles…”

En Versalles, Corte de los reyes de Francia, había unos usos y costumbres muy curiosos. La comida del rey se llamaba la viande (la carne) del rey, y era transportada desde la cocina al comedor con gran etiqueta. Dos guardias de corps abrían la marcha y la gente se levantaba cuando pasaba y decían: “es la vianda del rey”.

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