6 de febrero de 2017

MÁXIMAS DE PTAHHOTEP (2)


Decimoséptima máxima

Enseña el arte de escuchar las peticiones; el que es un buen guía no debe conducir a nadie antes de lavar su corazón de una eventual injusticia. El solo hecho de escuchar con atención, y no desembarazarse de nadie, es ya un acto de justicia al que la sociedad egipcia estaba profundamente apegado. Para el sabio, es un deber permanente.

Decimoctava máxima

No hay medio más seguro de romper una amistad que cortejar a las damas o ceder a su seducción en una morada donde es acogido con total confianza. Quien rompe los lazos de respeto mutuo y traiciona la confianza de otro es un individuo vil.

Decimonovena máxima

Nos enseña que la aridez es una enfermedad incurable. El que no piensa sino en coger y poseer se condena a sí mismo a la muerte desde su existencia terrestre.

Vigésima máxima

Insiste sobre los peligros de la avidez, que conduce a la agresividad, a la querella y a la dureza, y recomienda no codiciar los bienes de otro, y contentarse con los propios.

Vigésima primera máxima

Evoca el amor y el respeto que un hombre debe ofrecer a la mujer con la que vive. Recomienda a los maridos que den a su  mujer todo aquello de que tiene necesidad para ser dichosa, que la mime y la proteja. En ella circula una energía creadora que hay que preservar.

Vigésima segunda máxima

Precisa que el sabio debe satisfacer a sus próximos y familiares, mostrándose contento de su suerte y aceptando lo que adviene. Debe realizar actos positivos, que susciten las alabanzas y la fortuna de los demás.

Vigésima tercera máxima

El sabio no debe prestar atención a ningún rumor, pues ello no engendra más que el odio. Quien lo utiliza debe ser condenado. Un hombre de rectitud no se funda más que sobre lo que ha oído, visto y verificado.

Vigésima cuarta máxima

Revela que la palabra es una mercancía preciosa. Cuando el sabio se sienta en un consejo, que se calle si no puede aportar ninguna solución al problema planteado. Es silencio es preferible a la charlatanería inútil.

Vigésima quinta máxima

El ser dotado de un verdadero poder atrae el respeto porque es un hombre de conocimiento y adopta en toda ocasión un lenguaje tranquilo y reposado. El poderoso se controla, apacigua la ebullición interior, mantiene firmemente el timón que le permite avanzar.

Vigésima sexta y séptima máxima

Están consagradas a la justa utilización de la energía creadora, la Ka. En ellas se encuentran por todas partes. La Ka la potencia creadora, hace crecer el amor, el amor la nutre, ella nutre al amor.

Vigésima octava máxima

Nos conduce a la corte de justicia, en donde el hombre recto debe velar que su expresión, oral y escrita, se encuentre exenta de toda parcialidad; si no, lo que se exprese se volverá contra él.

Vigésimo novena máxima

Recomienda la indulgencia, pero únicamente cuando quien ha cometido una falta de pruebas de su rectitud, principalmente no volviendo sobre sus errores pasados. El sabio no se preocupa ni de su pasado de hombre pobre, ni de su presente de hombre rico, pues estos eventos son pasajeros.

Trigésima máxima

Se ocupa de las relaciones sociales. Hacia un superior se recomienda comportarse con educación y evitar el conflicto, pues conduce a la desgracia. Añade la necesidad de vivir en paz con nuestros vecinos, pues las querellas e proximidad son una verdadera desgracia.

Trigésima segunda

Evoca la necesidad de evitar hacer el amor con una mujer infantil, cuya relación es catastrófica. El hombre recto debe rechazar con firmeza a la mujer infantil, siempre insatisfecha.

Trigésima tercera máxima

Indica la manera en que conviene poner a prueba a un amigo cuya autenticidad se duda. Hay que explicarse francamente con él, hasta que toda sombra de duda sea disipada. La agresividad y la huida han de excluirse.

Trigésima cuarta máxima

Recomienda ser luminoso, que irradie durante su existencia. Habla después del peligro que representa un individuo privado de los bienes materiales que desea, el sabio debe alejarse de él.

Trigésima quinta máxima

Es indispensable conocer la verdadera naturaleza de nuestro prójimo, y no ser débiles hacia ellos, así durará lo adquirido, a condición de que se acuerde más importancia al medio productor de riquezas que a las riquezas mismas.

Trigésima sexta máxima

Insiste en la manera de erradicar y castigar el mal, antes de poder dar una enseñanza. Si la fechoría cometida permanece impune, transforma a su autor en agresor y destructor.

Trigésima séptima máxima

Está consagrada a la mujer ideal, su característica principal es la alegría de vivir, pues transmite una buena energía. A su marido le corresponde volverla dichosa, a condición de que ella se acomode a la Regla.

El epílogo de la enseñanza de Ptahhotep se divide en nueve partes, que se pueden considerar como una serie de máximas complementarias.

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