5 de septiembre de 2016

EL CRIMEN DE GÁDOR


En Gádor, Almería, sucedió un crimen horrible en el verano del año 1910, la historia es la siguiente Francisco Ortega, apodado el Moruno, sufría una grave enfermedad en el pecho, puede que fuese tuberculosis. Tenía una vecina, Agustina, que decía saber el remedio para curarlo. Ella era muy amiga del curandero del pueblo, Francisco Leona, un delincuente con antecedentes penales, que aplicaba unos remedios extraños, que según él lo curaban todo.

El curandero y Agustina, llegaron a la conclusión de que la mejor cura para el Moruno, era beberse un vaso lleno de sangre de niño, y después aplicarse unas compresas, con manteca del niño, en el pecho. Agustina, sus dos hijos y el curandero, se encargarían del asunto, el Moruno, a cambio de 3.000 de las antiguas pesetas, sanaría.

Los hijos de Agustina y el curandero, el 28 de junio de 1910, se dirigieron a la desembocadura del barranco de Jalvo, que se une con el río Andarax. En esa zona, siempre había niños, ya que los pequeños acudían para coger brevas, en la enorme higuera que había en el lugar, la víspera de San Pedro.

Tal como estaba planeado, no tardaron en llegar tres niños. Julio, uno de los hijos y el curandero, salieron de detrás de un matorral, y llamaron a uno de los chicos para que se acercara. Los otros dos siguieron su camino. Los maleantes le ofrecieron a Bernardito ir a comer higos y albaricoques con ellos, el niño aceptó.

Al llegar a la carretera, Bernardito, sospechando que algo raro pasaba, dijo que no quería ir con ellos. El curandero le asestó un golpe y lo metió en un saco. Se lo puso a la espalda y fueron al cortijo donde Agustina les esperaba. Cuando llegaron, Agustina le ordenó llamar al Moruno para decirle que todo estaba listo.

El horror estaba a punto de empezar: Agustina levantó la camisa del niño y sujetó un vaso para recoger la sangre que brotaba de una de sus axilas. El Moruno esperaba sentado en una silla, contemplando la escena como si no pasase nada. Cuando el vaso estuvo lleno, Agustina le añadió un poco de azúcar y se lo entregó al Moruno, que después de bebérselo exclamó: ¡Antes es mi vida que Dios!

El Moruno se marchó a su casa para esperar que le trajeran las mantecas para aplicárselas en el pecho. Agustina, los hijos y el curandero, volvieron a meter al niño en el saco, todavía vivo. Lo llevaron a un barranco donde acabaron con su vida, arrojándole piedras. Al comprobar que estaba muerto, le extrajeron las mantecas para llevárselas al Moruno. Allí dejaron el cadáver, oculto bajo una roca.

Al día siguiente uno de los hijos, Julio, acudió al Juzgado para indicar donde se encontraba el cadáver de Bernardito, lo hizo en venganza por no haber cobrado su parte. Aseguró haber encontrado al niño cuando estaba cazando. Cuando la Guardia Civil investigó el caso, todo el pueblo culpó al curandero, sabiendo sus malas prácticas.


Después de las investigaciones, su detención y el juicio, el curandero fue condenado al garrote vil, aunque murió en prisión. Agustina y el Moruno fueron ejecutados. José, hijo de Agustina, fue condenado a 17 años de prisión y su hermano Julio, conocido como “el tonto”, le concedieron el indulto por estar considerado un demente.

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