10 de mayo de 2016

LA COLECCIÓN ALTAMIRA


Felipe II no dejó un testamento político como había hecho su padre, Carlos V, ni una “Apología pro vita sua”, como su cuñado Enrique III de Francia. Pero existen tres trabajos de unas personas que le conocieron bien: un diccionario ilustrado de su mayordomo holandés, Jean Lhermite y unas crónicas escritas por dos monjes de El Escorial, Juan de San Jerónimo y José de Sigüenza. Estas últimas las escribió para publicarlas, por esa razón no tienen demasiado valor histórico. Los otros dos son biografías privadas que se han conservado y han salido a luz por casualidad.

Pero lo más importante de todo es el enorme conjunto de cartas y memoranda sin publicar, que escribió el propio rey y que se conservaba en el pasado en el archivo de los condes de Altamira. Ahora está repartido entre diferentes colecciones de manuscritos en Ginebra, Londres y Madrid. Es conocido como la Colección Altamira.

El conde de Valencia de Don Juan, heredero del último conde de Altamira, puso a la venta el archivo en 1870. Se le mandó un catálogo de venta al conservador de manuscritos del Museo Británico, que decidió comprar unos 200 volúmenes de la colección por valor de 1.000 libras esterlinas. No se volvió a saber nada de la colección hasta que en 1897 Paul Chapuy, que había sido bibliotecario de los condes de Altamira y cónsul general suizo en España, vendió otros 10.000 documentos del archivo al bibliófilo Edouard Favre, documentos que se llevó fuera de España después de 1870.

Diez años más tarde Favre los donó a la biblioteca pública y universitaria de Ginebra, donde se encuentran actualmente y se llaman “Colección de Manuscritos Edouard Favre”.

Por las mismas fechas los hermanos Zabñalburu de Madrid compraban otra parte de la colección Altamira: 148 legajos y 269 documentos, que todavía están en su biblioteca de Madrid. El conde de Valencia de Don Juan se quedó con el resto de los documentos, que se pueden consultar en el Instituto del mismo nombre, fundado por sus herederos en Madrid en 1916.

Pero cómo adquirieron los condes de Altamira los papeles ológrafos de Felipe II, la explicación es la siguiente; en principio los documentos se depositaron en el archivo del Palacio Real de Madrid, pero éste estuvo cerrado entre 1848 y 1857 mientras se llevaban a cabo las obras del Teatro de la Corte. Los papeles del rey se guardaron en sacos que quedaron por allí en medio y en algún momento el conde de Altamira se hizo con ellos.

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