2 de abril de 2016

HISTORIAS DE MÉDICOS (2)


En el siglo XVIII, para curar la ictericia, recomendaban tomar tres piojos. Para hacerlos más apetitosos, se debían tomar con leche, aceite crudo o pasarlos por harina. Decían que los piojos llegaban al estómago, superaban el píloro y entraban en el duodeno haciendo cosquillas en sus paredes y provocando unas contracciones en la pared duodenal que favorecía el flujo de bilis y desbloqueaba las vías biliares. El cosquilleo sólo se podía producir si los piojos estaban vivos. Existían hasta cazadores de piojos que abastecían a los médicos.

En la antigüedad, los médicos para curar las heridas utilizaban espadas, dagas o el mismo instrumento que había producido la herida. Cogían el arma, se la llevaban a un lugar retirado y la curaban, dejando a la persona herida sin asistirla. Pensaban que a medida que el arma se curaba, la herida se iba cerrando.

Tiempo después Kenelm Digby (1603-1665) inventó unos polvos fabricados on sangre humana, grasa e eunuco y musgo procedente de cráneos de criminales, que era especial para tratar las armas, aunque se lavaba y se vendaba la herida del paciente. Otra variante era sumergir las prendas manchadas de sangre en una solución de sulfato de cobre.

Los árabes profanaban las momias para hacer medicinas muy caras contra las úlceras, la anemia, etc. Como las momias no estaban al alcance de casi nadie, los comerciantes empezaron a fabricarlas con los cadáveres que obtenían por las calles o robaban en los cementerios. Vendían la poción en frascos pequeños que contenían un trozo de carne humana aderezada con sustancias aromáticas, aceites y resinas. Esta práctica, en Occidente, se hacía con cuerpos de ahorcados recientes, secados al horno y bañados en betún.

El médico español Nicolás Monardos (1493-1588) trató de reanimar, en 1774, a personas fallecidas utilizando el que llamó “respirador de tabaco” o “administrador de enemas de tabaco” que permitía insuflar humo por el ano del paciente para distintos remedios curativos, principalmente para reanimar a las víctimas de ahogamiento. Un tubo rectal, que estaba conectado a un fuelle, se introducía en el ano, y el humo entraba en el recto. Pensaban que el calor del humo arrancaría la respiración. El fracaso fue total.

Julius Althaus (1833-1900), cirujano inglés, escribió un tratado sobre como curar la impotencia espinal. Según él, se curaba insertando un ánodo en el extremo del pene y un cátodo en la región lumbar. Después se hacía pasar una corriente eléctrica que, según él, desbloqueaba todos los conductos.

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