20 de febrero de 2016

HISTORIAS DE JULIO CÉSAR


En una ocasión, siendo aún joven, unos piratas capturaron a Cayo Julio César (100 a. C.-44 a. C.). No reconociendo su linaje, los captores pidieron 20 talentos por su rescate. El prisionero, al escuchar ese precio, se enfadó y les exigió subir la cantidad a 50 talentos.

Cuando fue liberado, Julio César reunió a un grupo de mercenarios, e hizo capturar a sus secuestradores. Las autoridades de la zona le pidieron que los vendiera, pero César, no les hizo caso y ejecutó a los piratas por haberlo desvalorizado.

Durante una travesía en alta mar, se desató una tempestad que echó a pique la escuadra a su mando. Uno tras otro, los barcos se iban hundiendo, César, como si no pasara nada, les decía a los remeros de su galera: “No tengáis miedo, estáis trasportando a César y a su estrella.

Lucio Sergio Catilina de organizar una conjura. El Senado de Roma se tenía que tomar una decisión sobre la culpabilidad de Lucio. Catón el joven estaba en el bando acusador. En un momento del juicio, sorprendió a César tratando de leer un papel que le habían pasado. Convencido de que era un mensaje de Catilina o de sus partidarios, Catón exigió a César que le entregara la carta.

Éste le dijo que era una nota privada. Catón insistió, y César le entregó la carta. César tenía razón, era una carta muy privada, era un mensaje subido de tono, escrito por Servilia, la hermanastra de Catón y amante de César.

Siendo cuestor en la Hispania Ulterior, llegando a Cádiz, al ver una estatua de Alejandro Magno, suspiró profundamente como lamentando su inactividad y censurando no haber realizado nada grande a la edad en que Alejandro había conquistado el universo. Dimitió y volvió a Roma.

Prohibió el uso de literas, de la púrpura y las perlas, exceptuando a ciertas personas, ciertas edades y determinados días. En una ocasión mandó encarcelar a su panadero por servir a los invitados pan diferente del que le había servido a él. Una vez se cayó al saltar del barco, y para que nadie viese en ello un mal presagio, exclamó: “Ya eres mía, África”.

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