3 de diciembre de 2015

LAS RAREZAS DE FELIPE II


Felipe II, no era tímido con respecto a las cosas de su reino, pero sí lo era con respecto a su vida personal. Cuando su primera esposa llegó a Salamanca para la boda, él se disfrazó y la vio pasar escondido tras una ventana. De una forma idéntica actuó en Toledo cuando llegó su tercera prometida. Huía cuando sus situaciones personales eran tristes. Huyó al monasterio del Abrojo en Valladolid, cuando murió su esposa María, ni siquiera asistió al entierro. Huyó de Alcalá de Henares, bajo una intensa lluvia, cuando creía que su hijo Carlos se moría.

En una ocasión se encontraba en Portugal, en el mismo palacio, tenía alojadas a su hermana María y a su hija, sor Margarita de la Cruz, que iba a ingresar en las Descalzas Reales. Felipe II se enamoró de su sobrina y quiso casarse con ella. Para ello, le tenía que confesar su amor, diciéndoselo a su hermana. Para decírselo se le ocurrió escribirle una carta a su amada.

Cuando recibía malas noticias se ponía enfermo y sufría diarreas. Siempre retrasaba sus decisiones alegando dolores de cabeza y malestar. Sufría unas fiebres intermitentes que le provocaban una sed que no calmaba por más que bebiera. Se disfrazaba, refugiado por la oscuridad de la noche, para recorrer Madrid y enterarse de lo que opinaba el pueblo sobre él, mientras se construía el Monasterio de El Escorial.

Estaba obsesionado con su limpieza personal, cuentan que era el hombre más limpio, aseado y cuidadoso con su higiene que nunca se había visto sobre la faz de la tierra. No podía soportar una pequeña mancha en la pared o en techo de sus habitaciones, mucho menos en sus ropas o en su cuerpo.

Felipe II dejó escrito que cuando muriera, se fabricara un ataúd con los restos de la quilla de un barco desguazado, cuya madera era incorrupta. Pidió que le enterrasen en una caja de cinc, bien apretada para evitar el mal olor.

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