22 de octubre de 2015

LA PESTE NEGRA (2)


La peste entró en Europa por los límites orientales, y se abrió paso a través del Imperio Mongol antes de llegar a Caffa, actual Teodosia, en Ucrania, Sicilia y el sur de Europa, alcanzando mayor fuerza en Francia e Inglaterra.

El principal componente de la peste fue la plaga bubónica, una enfermedad bacteriana trasmitida por pulgas infectadas que se alimentaban sobre todo de ratas, y en ocasiones de conejos o gatos. La bacteria, llamada “yersinia pestis”, tenía un efecto mortal; infectaba la sangre de las pulgas y causaba una acumulación de sangre vieja y células dentro del proventrículo (una válvula anterior al estómago de la pulga). Eso ocasionaba que cuando la pulga, hambrienta, intentaba morder a su próxima víctima, la presión sobre su estómago provocaba un vómito que devolvía parte de la sangre absorbida al interior de la herida abierta, junto con miles de bacterias que se habían almacenado en el proventrículo.

La yersinia pestis recorría el sistema linfático de la víctima, desde la picadura hasta el nódulo linfático más cercano. Una vez allí, las bacterias empezaban a colonizar el nódulo de manera brusca, produciendo inflamación, endurecimiento y exudación de pus.

Como la mayoría de personas era mordida en las piernas, el nódulo linfático afectado solía ser la ingle. Los nódulos alargados llamados bubones, era el gran estigma de la peste. Además de esos bubones, otros de los primeros síntomas de la peste eran fiebre alta y gripe. Un día o dos después, aparecían, por todo el cuerpo, unas pequeñas erupciones circulares, llamadas “marcas de Dios” o “rosas”. Una vez que los bubones se abrían, aparecían diarreas, vómitos, shock séptico por la infección de los bubones y, por último fallo respiratorio y neumonía, que ocasionaban la muerte. 4 de cada 5 infectados morían en las dos primeras semanas.

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