20 de octubre de 2015

HISTORIAS DE PINTORES


A Filippo Lippi (1406-1469), pintor italiano, sus padres lo metieron en un convento como novicio, él no tenía ninguna vocación. Además no le interesaba nada estudiar y durante las clases, en lugar de tomar apuntes no paraba de dibujar. Uno de sus profesores se dio cuenta y, admirado por sus dibujos, le mandó al estudio del pintor Giovanni di Mone Cassai (1401-1428), conocido por Masaccio, célebre en Italia para que estudiase pintura.

Un día cogió una barca y en medio del mar fue capturado por unos corsarios turcos que le hicieron prisionero. Lippi se lo tomó con calma y empezó a hacer caricaturas y retratos de los marineros. El capitán admirado por esos dibujos, lo dejó libre.

En una ocasión pintaba un cuadro en el convento de Santa Margarita en Prato, de repente vio a una preciosa novicia, se llamaba Lucrecia Buti, de la que se enamoró y la raptó. Como era titular de un beneficio eclesiástico, no se podía casar, pero su amor por la chica era tan grande que varios de sus amigos obtuvieron, para él, el permiso del papa para que se pudiese casar con ella.

El papa Inocencio VIII 81432-1492) le encargo al pintor Andrea Mantegna (1431-1506) el fresco de una capilla del Vaticano. El pintor fue a Roma y empezó el trabajo, pero el papa tardaba mucho en pagarle al artista. Cuando un día fue a ver el trabajo, vio que el artista había pintado varias virtudes, entre las que sobresalía la modestia.

El papa preguntó el porqué de ello y Mantegna se lo explicó mencionando el esplendor del entorno papal. El papa sonriendo le dijo:

-Si le quieres dar una buena compañía pon a su lado la paciencia.

Mantegna comprendió y, una vez terminada la obra recibió por su trabajo más dinero que el que había solicitado.                                      

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