2 de junio de 2015

MARÍA FRANCISCA DE SALES PORTOCARREÑO


María Francisca de Sales Portocarrero (1754-1808), era una aristócrata española con los títulos de duquesa de Peñaranda, marquesa de la Algaba, de Teba y sexta condesa de Montijo. Era huérfana de padre, y su madre se convirtió en monja a la muerte de su esposo. Fue la abuela de Eugenia de Montijo.
                   
Fue educada con las monjas salesianas. Era una alumna aventajada. A los 14 años se casó con Felipe de Guzmán Palafox, que tenía 28. Era militar, reformista y liberal. El matrimonio tuvo ocho hijos, de los que sobrevivieron seis; cuatro niñas y dos niños.

María Francisca a quien no le faltaba prestigio, ni medios económicos se dedicó a llenar su vida con algo más. En la España de la segunda mitad del siglo XVIII se empezaban a producir algunos movimientos por parte de las mujeres. En esa época se abre el acceso a muchos círculos culturales y sociales, exclusivos para hombres hasta esos momentos.

Uno de esos círculos de Madrid, lo presid María Francisca. En ese momento el más culto era el de la condesa-duquesa de Benavente (se hablaba de música, literatura, teatro, poesía, etc.), pero el de María Francisca era el más polémico. Se discutía preferentemente de religión, a sus tertulias acudieron personajes como Jovellanos, Lleredi, Meléndez Valdés, etc. Algunos clérigos acudían a espiar a María Francisca, éstos acabarían denunciándola en sus sermones de la iglesia. Ella era muy religiosa y sus acciones estaban guiadas por la caridad y el amor a los demás.

En 1786, gracias a la ayuda del rey Carlos III, las mujeres fueron admitidas para entrar en la Sociedad Económica de Amigos del País de Madrid, creándose la junta de Damas con la condesa-duquesa de Benavente de presidenta y María Francisca de secretaria.

Esta junta asumió la dirección de las Escuelas Patrióticas. En estas escuelas enseñaban a las chicas el arte de tejer en todas sus variedades. Un tiempo después se creó el Montepío de Hiladas para dar trabajo a las ex alumnas.

El gobierno intentó imponer un traje femenino nacional, o sea, todas las mujeres deberían llevar un vestido idéntico. También pretendía controlar el gasto. En una carta dirigida a Floridablanca la condesa de Montijo le dijo, entre otras cosas:

“Y si en los hombres que creen tener menos arraigada la vanidad en cuanto a la compostura exterior sería ardua empresa la de sujetarlos a un solo traje, puede inferirse cuánto más difícil, y expuesto, será imponer semejante precisión a las señoras, por lo cual jamás se lograría adoptasen las mujeres tal reforma sin que precediese el ejemplo de los hombres. Además de esto se conoce bien V.E. que nunca se podrá remediar radicalmente el grave desorden que se experimente en cuanto a trajes, y adornos, mientras no se mejoren las costumbres por medio de la educación, y se rectifiquen en esta parte las ideas, y opiniones que son las que arreglan y dirigen nuestras acciones”. Esa medida tuvo que ser retirada.

María Francisca siguió trabajando a pesar de que no se lo pusieron fácil. En 1805 una Real Orden dispuso su destierro. La acusaron ante la Inquisición de jansenista. La condenaron al exilio, y se marchó a Logroño. A los tres años murió, sin que nadie se acordará de ella.

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