27 de abril de 2015

NERÓN EL ARTISTA


Suetonio (70 d. C.-130 d. C.), historiador y biógrafo romano, cuenta en su obra “Vida de los Césares”, que Nerón era muy aficionado a las carreras de cuadrigas y a los certámenes poéticos, musicales y teatrales, tanto como espectador como participante activo en estas competiciones. Después de haber dado en Roma muestras de sus habilidades se trasladó a diferentes ciudades.

Las ciudades en las que habitualmente se celebraban certámenes musicales habían adoptado la norma de enviarle todas las coronas de los cantores de cítara. Le causaba tanto placer recibirlas que no sólo concedía audiencia, antes que a nadie, a los encargados de entregárselas, sino que incluso les sentaba en su mesa entre sus más íntimos amigos. En una ocasión alguno de estos encargados le rogaron que cantase en la sobremesa y le aplaudieron tan frenéticamente que Nerón exclamó: “Sólo los griegos saben escuchar y son dignos de mi arte”.

En uno de sus viajes como artista, en cuanto desembarcó en Casiope, debuto enseguida como cantante ante el altar de Júpiter Casio y se presentó luego en todos los certámenes, uno tras otro. En un año agrupó los certámenes correspondientes a las fechas más dispares e incluso hizo repetir algunos. Además organizó en Olimpia, un certamen musical y, para que nada le distrajera ni reclamara su atención mientras estaba actuando, contestó a su liberto Helio, que le avisaba que la situación en Roma exigía su presencia con las siguientes palabras: “Aunque tú en este momento me aconsejas y deseas que regrese cuanto antes, no obstante mejor sería que me aconsejaras y desearas que regresase digno de Nerón”.

Cuando cantaba no permitía que nadie saliera del teatro, ni siquiera por motivos de urgencia. Cuentan que algunas mujeres dieron a luz durante sus representaciones y que muchos espectadores, aburridos de tanto oírle y aplaudirle, al encontrarse con las puertas de los teatros cerradas, saltaban desde lo alto del muro, o se hacían pasar por muertos, para ser sacados al exterior.

A su regreso de Grecia entró en Nápoles, por ser ésta la ciudad en la que había debutado como artista, en una carroza tirada por caballos blancos y a través de una brecha abierta en las murallas, como acostumbraban a hacerlo lo vencedores de los juegos sagrados. Con la misma pompa entró en Ancio, luego en Albano y finalmente en Roma, pero en esta última subido en la misma carroza utilizaba por Augusto al hacer tiempo atrás su entrada triunfal.

Vestía para la ocasión un traje de púrpura y una clámide (manto, toga) adornada con estrellas de oro, en la cabeza llevaba la corona olímpica y en la mano derecha la pítica.

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